El más solemne mensaje del gran Maestro, enviado a través de sus siervos escogidos, se pierde porque no se aprecia la necesidad de tal amonestación o llamado. Muchos no han llegado a darse cuenta de que están enfermos y que necesitan de un médico. Cristo dijo: «Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos”. SE1 238.3
La solemne convicción del pecado llevará a todo individuo a temblar ante la palabra de Dios, y a entregar sus costumbres, sus pensamientos y su voluntad a Dios. Tiemblo cuando veo a tantos que se sienten absolutamente satisfechos. Admitirán que tienen poca experiencia en los asuntos religiosos, y cuando se les presenta la ocasión de adquirir dicha experiencia no avanzan, porque no sienten la necesidad. De ese modo, el asunto concluye donde empezó, puesto que no buscan la iluminación divina con verdadera contrición del corazón. SE1 238.4
Es únicamente en el altar de Dios donde encendemos la vela con un fuego santo. Unicamente la divina luz revelará la pequeñez, la incompetencia de la capacidad humana, y proporcionará claras e inconfundibles visiones de la perfección y pureza de Jesucristo. Únicamente al considerar su justicia sentiremos hambre y sed de poseerla. Al suplicar con oración fervorosa, con humildad y sencillez, como un niño pequeño pide a su padre terrenal algo bueno, Dios nos concederá nuestra petición. Tal oración será escuchada y contestada. El Señor está más dispuesto a conceder el Espíritu Santo a quienes lo desean fervorosamente, que los padres terrenales a dar buenas dádivas a sus hijos. Cristo ha prometido el Espíritu Santo para guiarnos a toda verdad, justicia y santidad. El Espíritu Santo es dado sin medida a aquellos que fervientemente lo buscan, a los que por fe dependen de las promesas de Dios y claman la promesa de Dios, diciendo: «Tú lo has dicho. Yo te creo”. SE1 238.5
El Consolador nos ha sido dado para que tome de las cosas de Cristo y nos la muestre; para que pueda presentar en su rica garantía las palabras que salieron de sus labios y comunicarlas con poder vivo al alma que es obediente, que se ha vaciado del yo. Es entonces que el alma recibe la imagen e impronta de lo divino. Entonces Jesucristo, la esperanza de gloria, se forma en nuestro interior. SE1 239.1
«Por tanto, mirad por ustedes y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos para apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» (Hech. 20: 28). Aquellos que son llamados a ser pastores del rebaño de Dios, también son llamados para ser colaboradores con Dios. El Señor Jesús es el gran obrero, y él pidió a su Padre que sus seguidores fueran santificados por medio de la verdad. Si somos hacedores de la palabra de Dios, entenderemos que no podemos albergar ningún hábito pecaminoso ni participar en alguna acción deshonesta o engañosa. Su verdad, su palabra, tiene que ser presentada con poder divino en nuestros corazones, y tenemos que purificarnos obedeciendo la verdad. Tenemos que renunciar a lo oculto y vergonzoso, a toda astucia y asechanzas satánicas. Hemos de estar donde seamos capaces de discernir los lazos del diablo, quien está al acecho para engañar. El pecado debe ser percibido en su verdadero y odioso carácter y expulsado del alma. SE1 239.2
Todos los que predican la palabra con precisión y verdad harán una presentación justa de ella. De ninguna manera debemos utilizar el engaño, no debemos manejar la palabra de Dios deshonestamente. Hemos de permitir que la cruz de Cristo se destaque en nuestra enseñanza. No hemos de esconder el evangelio, o cubrir la cruz de Cristo con adornos de rosas, y así hacer vana nuestra predicación. Que nadie rehúya la cruz de la abnegación. SE1 239.3