La vida presente es una oportunidad de examen y prueba. Dios colocó a Adán y a Eva en el hermoso huerto del Edén, diciéndoles: «De todo árbol del huerto podrás comer». Pero había una prohibición. «Del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás” (Gén. 2: 16, 17). Dios deseaba examinar y probar a los seres que había creado, para ver si serían leales y fieles. SE1 278.1
En esta prohibición Satanás vio una oportunidad para representar erróneamente a Dios. Disfrazado como una serpiente se acercó a Adán y a Eva, diciendo: «La razón por la que Dios os ha prohibido comer de ese fruto es porque sabe que si comen de él, serán como dioses. Llegarán a ser sabios». Y llegaron a serlo, sabios en el conocimiento del mal que Dios nunca quiso que conocieran. SE1 278.2
Después de que Adán y Eva cedieron ante el tentador, su aura de luz, su vestimenta de inocencia, les fue quitada. «Entonces fueron abiertos los ojos de ambos y se dieron cuenta de que estaban desnudos. Cosieron, pues, hojas de higuera y se hicieron delantales». Anteriormente se alegraban al ver a su Creador cuando acudía a caminar y a hablar con ellos. Ahora en su condición pecaminosa temían encontrarse con él. Al escuchar la voz de Dios en el jardín, «se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. Pero Jehová Dios llamó al hombre, y le preguntó: “¿Dónde estás?” Él respondió: “Oí tu voz en el huerto y tuve miedo, porque estaba desnudo; por eso me escondí”. “¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol del cual yo te mandé que no comieras?”». Entonces Adán hizo lo que es natural en los seres humanos. Le echó la culpa a otro. «La mujer que me diste por compañera”, dijo, «me dio del árbol, y yo comí». (Gén. 3: 7-12). SE1 278.3
Dios le dijo a Adán que a causa de su desobediencia la tierra sería maldecida. «Con dolor comerás de ella todos los días de tu vida, espinos y cardos te producirá [...] Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás» (Gén. 3: 17-19). SE1 278.4
Las compuertas de la miseria se abrieron sobre nuestro mundo. Toda la naturaleza sintió los efectos del pecado. Pero Dios no dejó a Adán sin un rayo de esperanza. Le dio la promesa que desde entonces ha iluminado la senda de los fieles. Dijo a la serpiente: «Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú la herirás en el talón” (Gén. 3: 15). SE1 279.1
El bien y el mal están ante nosotros. ¿Cuál escogeremos? ¿Estamos sirviendo y glorificando al yo, perdiendo de vista a la Luz del mundo, o estamos negando el yo y siguiendo al Redentor? Cristo es la propiciación por nuestros pecados. Dejando a un lado su vestidura y su corona real, descendió de su encumbrada posición, y vistió su divinidad con humanidad. Por nuestra causa se hizo pobre, para que nosotros con su pobreza fuéramos enriquecidos (2 Cor. 8: 9). SE1 279.2