1. Todo talento debe ser empleado para amparar a otros. El capítulo cuatro de la Epístola a los Efesios contiene lecciones que Dios nos dio a nosotros. En este capítulo hay alguien que habla bajo la inspiración de Dios, que en santa visión Dios le ha dado instrucción. Describe la distribución de los dones de Dios a sus obreros, diciendo: “Él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Efe. 4:11-13). Aquí se nos muestra que Dios le da su obra a cada hombre, y al hacer esta obra el hombre está cumpliendo su parte del gran plan de Dios. CMM 21.1
Esta lección debiera ser considerada cuidadosamente por nuestros médicos y misioneros de la rama médica. Dios estableció sus instru-mentos en medio de un pueblo que reconoce las leyes del gobierno divino. Los enfermos han de ser sanados a través del esfuerzo combi-nado de lo humano y lo divino. Cada don, cada poder que Cristo les prometió a sus discípulos, se lo otorga a los que lo servirán fielmente. Y el que da las capacidades mentales, y el que les confía talentos a los hombres y las mujeres que son suyos por creación y redención espera que estos talentos y capacidades sean acrecentados con el uso. Cada talento debe ser empleado para bendecir a los demás, y así honrar a Dios. Pero a los médicos se les hizo suponer que sus capacidades eran su propiedad individual. Los poderes que se les dio para la obra de Dios han sido usados para diversificar sus actividades, lanzándose a ramos de trabajo a los que Dios no los ha asignado. CMM 21.2
Satanás trabaja en todo momento con el fin de encontrar una opor-tunidad para entrar a hurtadillas. Le dice al médico que sus talentos son demasiado valiosos como para estar estrechamente vinculado con los adventistas del séptimo día, que si fuese libre podría hacer una obra muy grande. El médico se ve tentado a sentir que tiene métodos que puede llevar a cabo independientemente del pueblo del que Dios ha dicho que pondrá por encima de todos los demás pueblos sobre la faz de la tierra. Pero que el médico no crea que su influencia aumentará si se aparta de esta obra. Si intentara llevar a cabo sus planes, no tendría éxito. CMM 22.1
El egoísmo introducido en cualquier grado en la obra ministerial y médica es una infracción a la Ley de Dios. Cuando los hombres se glorían en sus capacidades y hacen que la alabanza de los hombres fluya hacia los seres finitos, deshonran a Dios, y él eliminará aquello que los hace gloriarse. Los médicos relacionados con nuestros sanatorios y con la obra médico-misionera, por la gracia de Dios han sido unidos a su pueblo, al que él le ordenó que fuese una luz en el mundo. Su obra es dar todo lo que el Señor les entregó para que diesen, no como una influencia entre muchas, sino como la influencia que hace efectiva la verdad para este tiempo a través de Dios. CMM 22.2
Dios nos ha asignado una obra especial, una obra que ningún otro pueblo puede hacer. Nos ha prometido la ayuda de su Espíritu Santo. La corriente celestial está fluyendo hacia la tierra para el cumplimiento de la misma obra que se nos asignó. No permitamos que esta corriente celestial se aparte por nuestras desviaciones del camino recto señalado por Cristo. CMM 22.3
Los médicos no deben suponer que pueden abarcar el mundo con sus planes y esfuerzos. Dios no los ha establecido para que abarquen tanto meramente con sus propios esfuerzos. El hombre que invierte su energía en muchos ramos de la obra no puede atender la administración de una institución de salud como se merece. CMM 22.4
Si los obreros del Señor asumen funciones que desplazan las que debieran realizar para comunicar luz al mundo, Dios no recibe por medio de sus esfuerzos la gloria que debiera atribuírsele a su santo nombre. Cuando Dios llama a un hombre a hacer determinada obra en su causa, no deposita cargas sobre esa persona que otros hombres pueden y debieran llevar. Esto tal vez sea esencial, pero según su propia sabiduría Dios reparte a cada hombre su obra. No quiere que la mente de sus hombres de responsabilidad se someta a tensiones extremas al aceptar muchas funciones. Si el obrero no acepta la tarea que se le encomendó, esa misma que el Señor ve que está capacitado para realizar, no está cumpliendo con sus obligaciones que, si se las cumpliera como es debido, darían como resultado la promulgación de la verdad y prepararían a los hombres para la gran crisis delante de nosotros. CMM 22.5
Dios no puede otorgar capacidades físicas o mentales en mayor medida a los que adquieren cargas que él no les asignó. Cuando los hombres asumen esas responsabilidades, por más buena que pueda ser la obra, se pone a prueba su fuerza física, y su mente se confunde y no puede alcanzar el éxito más elevado. CMM 23.1
Los médicos de nuestras instituciones no debieran inmiscuirse en numerosas iniciativas y de ese modo permitir que su obra desfallezca cuando debiera erguirse sobre principios rectos y ejercer una influencia mundial. Dios no ha dispuesto que sus colaboradores abarquen tantas cosas, que hagan planes tan amplios, al punto de fracasar en su lugar designado para lograr el gran bien que espera que hagan al esparcir luz al mundo, al atraer a hombres y mujeres ya que él los está guiando con su suprema sabiduría. CMM 23.2
El enemigo se ha propuesto obrar en contra de los designios que Dios tiene para beneficiar a la humanidad al revelarle lo que constituye la verdadera obra médico-misionera. Se han introducido tantos intereses que los obreros no pueden hacer todas las cosas según el modelo mostrado en el monte. Se me ha instruido que la obra designada para los médicos en nuestras instituciones es suficiente para ellos, y que lo que el Señor requiere de ellos es que se vinculen estrechamente con los misioneros evangélicos y que hagan su trabajo con fidelidad. No les ha pedido a nuestros médicos que acepten una obra tan amplia y variada como algunos han asumido. No dispuso que la obra especial de nuestros médicos sea trabajar incansablemente por los que están en las densas tinieblas de la iniquidad en las grandes ciudades. El Señor no requiere cosas imposibles de sus siervos. La obra que les dio a nuestros médicos fue que representen simbólicamente al mundo el ministerio del evangelio en la obra médico-misionera. CMM 23.3
El Señor no pone sobre su pueblo toda la carga de trabajar por una clase tan endurecida por el pecado, ya que muchos de ellos no se bene-fician a sí mismos ni benefician a los demás. Si hay hombres que pueden asumir la obra por los más degradados, si Dios coloca sobre ellos una carga para trabajar por las masas de varias formas, permitan que estos vayan y reúnan del mundo los medios requeridos para hacer esta obra. Que no dependan de los medios que Dios quiere que sustenten la obra del mensaje del tercer ángel. CMM 24.1
Nuestros sanatorios necesitan el poder del cerebro y del corazón de los que están siendo robados por otro ramo de la obra. Satanás hará todo lo posible para multiplicar las responsabilidades de nuestros médicos, porque sabe que esto significa debilidad en vez de fuerza para las instituciones con las que están conectados. CMM 24.2
La obra que emprendemos debe considerarse detenidamente. No hemos de asumir numerosas cargas en el cuidado de los niños pequeños. Esta obra está siendo realizada por otros. Nosotros tenemos una obra especial: cuidar y educar a los niños más avanzados en años. Que las familias que puedan hacerlo adopten a los pequeños, y ellos recibirán una bendición al hacerlo. Pero hay una obra más elevada y especial para captar la atención de nuestros médicos en la educación de los más grandes con caracteres deformados. Se les deben presentar los principios de la reforma pro salud a los padres. Ellos deben convertirse, a fin de que actúen como misioneros en sus propios hogares. Esta obra la han hecho nuestros médicos, y todavía la pueden hacer, si no se sacrificaran al llevar a cabo tantas y tan diversas responsabilidades. CMM 24.3
El director médico en cualquier institución ocupa un cargo difícil, y de-biera mantenerse libre de responsabilidades menores, porque estas no le darán tiempo para descansar. Debiera contar con suficientes ayudantes dignos de confianza, porque tiene una dura tarea que realizar. Debe inclinarse en oración con los que sufren y conducir a sus pacientes al gran Maestro. Si como humilde suplicante se acerca a Dios en busca de sabiduría para tratar cada caso, su fuerza y su influencia aumentarían grandemente. CMM 24.4
Por sí mismo, ¿qué puede lograr el hombre en la gran obra presentada por el Dios infinito? Cristo dice: “Separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:5). Vino a nuestro mundo para mostrar a los hombres cómo hacer la obra que Dios les dio, y nos dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mat. 11:28-30). ¿Por qué es fácil el yugo de Cristo, y su carga es ligera? Porque él llevó el peso de ellos sobre la cruz del Calvario. CMM 25.1
La religión personal es esencial para cada médico que pretenda tener éxito en el cuidado de los enfermos. Necesita un poder mayor que su propia intuición y habilidad. Dios desea que los médicos se unan a él y que sepan que cada alma es preciosa a su vista. El que dependa de Dios, al comprender que solo quien hizo al hombre sabe cómo dirigir, no fracasará en su obra designada como el que cura las dolencias del cuerpo o como el médico que necesita las oraciones del ministro evangélico, y debiera estar unido, en alma, mente y cuerpo, con la verdad de Dios. Entonces podrá darle una palabra oportuna a los afligidos. Puede velar por las almas como quien debe dar cuenta. Puede presentar a Cristo como el Camino, la Verdad y la Vida. Las Escrituras afloran con claridad en su mente, y habla como quien conoce el valor de las almas con las que trata (Testimonies for the Church , t. 6, pp. 243-248). CMM 25.2
2. Mayor responsabilidad que un pastor. “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Prov. 1:7). Los profesionales, cualquiera que sea su vocación, necesitan sabiduría divina. Pero el médico necesita especialmente esa sabiduría para tratar con toda clase de mentes y enfermedades. Ocupa un puesto de responsabilidad aun mayor que la del ministro del evangelio. Está llamado a ser colaborador con Cristo, y necesita sólidos principios religiosos y una firme relación con el Dios de la sabiduría. Si recibe consejo de Dios, el gran Médico colaborará con sus esfuerzos, y procederá con la mayor cautela, no sea que por su trato equivocado perjudique a algunas de las criaturas de Dios. Será tan fiel a los principios como una roca, aunque bondadoso y cortés con todos. Sentirá la responsabilidad de su cargo, y su práctica de la medicina indicará que lo mueven motivos puros y abnegados, y un deseo de adornar la doctrina de Cristo en todas las cosas. Un médico tal poseerá una dignidad nacida del Cielo, y será en el mundo un agente poderoso para el bien. Aunque no lo aprecien los que no estén relacionados con Dios, será honrado del cielo. A la vista de Dios, será más precioso que el oro de Ofir (Joyas de los testimonios, t. 2, p. 142). CMM 25.3
3. Los remedios de la naturaleza . Hay muchas maneras de practi-car el arte de sanar; pero hay una sola que el Cielo aprueba. Los remedios de Dios son los simples agentes de la naturaleza, que no recargarán ni debilitarán el organismo por la fuerza de sus propiedades. El aire puro y el agua, el aseo y la debida alimentación, la pureza en la vida y una firme confianza en Dios, son remedios por cuya falta millares están muriendo; sin embargo, estos remedios están pasando de moda porque su uso hábil requiere trabajo que la gente no aprecia. El aire puro, el ejercicio, el agua pura y un ambiente limpio y amable están al alcance de todos con poco costo; mientras que las drogas son costosas, tanto en recursos como en el efecto que producen sobre el organismo. CMM 26.1
4. Encaminar a los pacientes a Cristo. La obra del médico cristiano no acaba al curar las dolencias del cuerpo; sus esfuerzos deben extenderse a las enfermedades de la mente, a salvar el alma. Tal vez no tenga el deber de presentar los puntos teóricos de la verdad a menos que se lo pidan, pero puede conducir a sus pacientes a Cristo. Las lecciones del divino Maestro son siempre apropiadas. Debe llamar la atención de los quejosos a los indicios siempre renovados del amor y el cuidado de Dios, a su sabiduría y su bondad según se manifiestan en sus obras creadas. La mente puede entonces ser conducida por la naturaleza al Dios de la naturaleza, y concentrarse en el cielo que él ha preparado para los que lo aman. CMM 26.2
El médico debe saber orar. En muchos casos debe intensificar el dolor para salvar la vida, y sea el paciente cristiano o no, siente mayor seguridad si sabe que su médico teme a Dios. La oración dará a los enfermos una confianza permanente; y, muchas veces, si sus casos son presentados al gran Médico con humilde confianza, esto hará más para ellos que todas las drogas que se les puedan administrar. CMM 26.3
5. Sabiduría y poder más que humanos. Satanás es el originador de la enfermedad; y el médico lucha contra su obra y su poder. Por doquiera prevalece la enfermedad mental. Los nueve décimos de las enfermedades que sufren los hombres tienen su fundamento en esto. Puede ser que alguna aguda dificultad del hogar esté royendo como un cáncer el alma y debilitando las fuerzas vitales. A veces el remordimiento por el pecado mina la constitución y desequilibra la mente. Hay también doctrinas erróneas, como la de un infierno que arde eternamente y el tormento sin fin de los impíos, que, al presentar ideas exageradas y distorsionadas del carácter de Dios, han producido el mismo resultado en las mentes sensibles. Los incrédulos han sacado partido de estos casos desgraciados para atribuir la locura a la religión. Pero esta es una grosera calumnia, y no les agradará tener que arrostrarla algún día. Lejos de ser causa de locura, la religión de Cristo es uno de sus remedios más eficaces; porque es un calmante poderoso para los nervios. CMM 27.1
El médico necesita sabiduría y poder más que humanos para saber atender a los muchos casos aflictivos de enfermedades de la mente y del corazón que está llamado a tratar. Si ignora el poder de la gracia divina, no puede ayudar al afligido, sino que agravará la dificultad; pero, si tiene firme confianza en Dios, podrá ayudar a la mente enferma y perturbada. Podrá dirigir a sus pacientes a Cristo, enseñarles a llevar todos sus cuidados y sus perplejidades al gran Portador de cargas (Joyas de los testimonios, t. 2, pp. 142-144). CMM 27.2
6. Una relación entre el pecado y la enfermedad. Dios ha señalado la relación que hay entre el pecado y la enfermedad. Ningún médico puede ejercer durante un mes sin ver esto ilustrado. Tal vez pase por alto el hecho; su mente puede estar tan ocupada en otros asuntos que no fije en ello su atención; pero, si quiere observar sinceramente, no podrá menos que reconocer que el pecado y la enfermedad llevan entre sí una relación de causa a efecto. El médico debe reconocer esto prestamente y actuar de acuerdo con ello. Cuando conquistó la confianza de los afligidos al aliviar sus sufrimientos, y los rescató del borde de la tumba, puede enseñarles que la enfermedad es el resultado del pecado, y que es el enemigo caído el que procura inducirlos a seguir prácticas que destruyen la salud y el alma. Puede inculcar en sus mentes la necesidad de abnegación y de obedecer las leyes de la vida y la salud. Especialmente en la mente de los jóvenes puede implantar los principios correctos. Dios ama a sus criaturas con un amor a la vez tierno y fuerte. Ha establecido las leyes de la naturaleza; pero sus leyes no son exigencias arbitrarias. Cada: “No harás”, sea en la ley física o en la moral, contiene o implica una promesa. Si obedecemos, las bendiciones acompañarán a nuestros pasos; si desobedecemos, habrá como resultado peligro y desgracia. Las leyes de Dios están destinadas a acercar más a sus hijos a él. Los salvará del mal y los conducirá al bien, si quieren ser conducidos; pero nunca los obligará. No podemos discernir los planes de Dios, pero debemos confiar en él y mostrar nuestra fe por nuestras obras (Ibíd., t. 2, pp. 144, 145). CMM 27.3
7. Debemos dar preferencia a los médicos cristianos . Los médicos que aman y temen a Dios son pocos comparados con los infieles y los abiertamente irreligiosos; y se debe buscar, la ayuda de los primeros en lugar de preferir a los últimos. Bien se puede desconfiar del médico que no tiene temor de Dios. Ante él se abre una puerta hacia la tentación, y el astuto enemigo le sugerirá la comisión de pensamientos y acciones bajos. Únicamente poder de la gracia divina puede aquietar la pasión turbulenta y fortalecer contra el pecado. A los que son moralmente corruptos no les faltan oportunidades para mancillar las mentes puras. Pero ¿cómo se presentará el médico licencioso en el Día de Dios? Mientras profesaba cuidar a los enfermos, ha traicionado sus responsabilidades sagradas. Ha degradado tanto el alma como el cuerpo de las criaturas del Señor y ha encaminado sus pies por el sendero que conduce a la perdición. ¡Cuán terrible es tener que confiar a nuestros seres amados en las manos de hombres impuros, que pueden envenenar las costumbres y arruinar el alma! ¡Cuán fuera de lugar está junto a la cama del enfermo el médico que no tiene temor de Dios! (Consejos sobre la salud, pp. 322, 323). CMM 28.1
El médico se ve casi diariamente frente a frente con la muerte. Está, por así decirlo, pisando el umbral de la tumba. En muchos casos, la familiaridad con las escenas de sufrimiento y muerte resulta en descuido e indiferencia para con la desgracia humana y temeridad en el tratamiento de los enfermos. Los tales médicos parecen no tener tierna simpatía. Son duros y abruptos, y los enfermos temen su trato. Esos hombres, por grande que sea su conocimiento y habilidad, beneficiarán poco a los dolientes; pero si el médico combina el conocimiento del ramo con el amor y la simpatía que Jesús manifestó para con los enfermos, su misma presencia será una bendición. No considerará al paciente como una simple pieza de mecanismo humano, sino como un alma que se puede salvar o perder. CMM 29.1
8. Pesadas responsabilidades . Los deberes del médico son arduos. Pocos se dan cuenta del esfuerzo mental y físico al cual está sometido. Debe alistar toda energía y capacidad con la más intensa ansiedad en la batalla contra la enfermedad y la muerte. A menudo sabe que un movimiento torpe de la mano, que la desvíe en la mala dirección el espacio de un cabello, puede enviar a la eternidad a un alma que no está preparada para ella. ¡Cuánto necesita el médico fiel la simpatía y las oraciones del pueblo de Dios! Sus requerimientos, en este sentido, no son inferiores a los del ministro o el misionero más consagrado. Como está muchas veces privado del descanso y del sueño necesarios, y aun de los privilegios religiosos del sábado, necesita una doble porción de la gracia, una nueva provisión diaria de ella, o perderá su confianza en Dios, y el peligro de hundirse en las tinieblas espirituales será mayor para él que para los hombres de otras vocaciones. Y, sin embargo, con frecuencia, se lo hace objeto de reproches inmerecidos, se lo deja solo, sujeto a las más fieras tentaciones de Satanás, y se siente incomprendido, traicionado por sus amigos. Muchos, sabiendo cuán penosos son los deberes del médico y cuán pocas oportunidades tienen los médicos de verse aliviados de cuidados, aun en sábado, no quieren elegir esta carrera. El gran enemigo está procurando constantemente destruir la obra de las manos de Dios, y hombres de cultura y de inteligencia están llamados a combatir este poder cruel. Se necesita que un número mayor de la debida clase de hombres se dedique a esta profesión. Debe hacerse un esfuerzo esmerado para inducir a hombres idóneos a que se preparen para esta obra. Deben ser hombres cuyo carácter se base en los amplios principios de la Palabra de Dios, hombres que posean energía natural, fuerza y perseverancia que los capacitará para alcanzar una alta norma de excelencia. No cualquiera puede llegar a tener éxito como médico. Muchos han asumido los deberes de esta profesión sin estar preparados en todo sentido. No tienen el conocimiento requerido; tampoco la habilidad ni el tacto, ni el cuidado y la inteligencia necesarios para asegurar el éxito. CMM 29.2
9. Necesidad de resistencia física . Un médico puede hacer una obra mucho mejor si tiene fuerza física. Si es débil, no puede soportar el trabajo agotador que acompaña a su vocación. Un hombre que tenga una constitución física débil, que sea dispéptico o que no tenga perfecto dominio propio no puede ser idóneo para tratar con toda clase de enfermedades. Debe ejercerse gran cuidado de no alentar a que estudien medicina, con gran costo de tiempo y recursos, ciertas personas que podrían ser útiles en alguna posición de menos responsabilidad, pero que no pueden tener esperanza razonable de alcanzar éxito en la profesión médica. CMM 30.1
10. Los que pierden la fe al estudiar en escuelas no cristianas. Algunos han sido escogidos como hombres que podrían ser útiles como médicos, y se los ha estimulado a que tomasen el curso de Medicina. Pero algunos que comenzaron sus estudios como cristianos en las facultades de Medicina no dieron preeminencia a la Ley de Dios; sacrificaron los principios y perdieron su confianza en Dios. Les pareció que, solos, no podían guardar el cuarto Mandamiento, y arrostrar las burlas y el ridículo de los ambiciosos amadores del mundo, superficiales, escépticos e incrédulos. No estaban preparados para arrostrar esta clase de persecución. Tenían ambición de subir más en el mundo, tropezaron en las sombrías montañas de la incredulidad y se volvieron indignos de confianza. Se les presentaron tentaciones de toda clase y no tuvieron fuerza para resistirlas. Algunos de estos hombres se han vuelto deshonestos, maquinadores, y son culpables de graves pecados. CMM 30.2
En esta época hay peligro para cualquiera que inicie el estudio de la medicina. Con frecuencia sus instructores son hombres sabios según el mundo y sus condiscípulos incrédulos, que no piensan en Dios, y corre el peligro de sentir la influencia de esas compañías irreligiosas. Sin embargo, algunos han terminado el curso de Medicina, y han permanecido fieles a los principios. No quisieron estudiar en sábado, y demostraron que los hombres pueden prepararse para desempeñar los deberes del médico sin chasquear las expectativas de aquellos que les proporcionaron recursos con que obtener su educación. Como Daniel, honraron a Dios, y él los guardó. Daniel se propuso en su corazón no adoptar las costumbres de las cortes reales; no quiso comer de las viandas del rey ni beber de su vino; buscó en Dios fuerza y gracia, y Dios le dio sabiduría, capacidad y conocimiento sobre los de astrólogos, magos y hechiceros del reino. En él se verificó la promesa: “Yo honraré a los que me honran” (l Sam. 2:30). CMM 31.1
11. El ejemplo de Daniel. El médico joven tiene acceso al Dios de Daniel. Por la gracia y el poder divinos, puede llegar a ser tan eficiente en su vocación como Daniel en su exaltada posición. Pero es un error hacer de la preparación científica lo de suma importancia y descuidar los prin-cipios religiosos, que son el mismo fundamento del éxito en el ejercicio de la profesión. A muchos se los alaba como hombres hábiles en su pro-fesión, a pesar de que desprecian la idea de que necesitan confiar en Jesús para obtener sabiduría en su trabajo. Pero, si estos hombres que confían en sus conocimientos de la ciencia fuesen iluminados por la luz del Cielo, ¡a cuánta mayor excelencia podrían alcanzar! ¡Cuánto más fuertes serían sus facultades, con cuánta mayor confianza podrían atender los casos difíciles! El hombre que se vincula estrechamente con el gran Médico del alma y del cuerpo tiene a su disposición los recursos del cielo y de la tierra, y puede obrar con una sabiduría y una precisión infalibles, que el impío no puede poseer (Joyas de los testimonios, t. 2, pp. 145-148). CMM 31.2
12. No hay campo misionero más importante . Aquellos a quienes se ha confiado el cuidado de los enfermos, ya sean médicos o en-fermeras, debieran recordar que su obra debe soportar el escrutinio del penetrante ojo de Jehová. No existe campo misionero más impor-tante que el ocupado por los médicos fieles y temerosos de Dios. No existe otro campo en el que un hombre pueda realizar mayor bien o ganar más joyas que brillarán en la corona de su regocijo. Puede llevar la gracia de Cristo, como dulce perfume, a los cuartos de los enfermos y las visitas; puede llevar el verdadero bálsamo sanador al alma enferma por el pecado. Puede dirigir la atención de los enfermos y los moribundos al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. No debiera escuchar a los que dicen que es peligroso hablar de los intereses eternos a aquellos cuyas vidas corren peligro, por temor a empeorarlos, porque en nueve casos de cada diez el conocimiento de un Salvador que perdona el pecado los mejorará tanto de la mente como del cuerpo. Jesús puede limitar el poder de Satanás. Él es el Médico en quien el alma enferma por el pecado puede confiar para que cure las enfermedades del cuerpo tanto como las del alma (Consejos sobre la salud , pp. 326, 327). CMM 31.3
Los profesionales superficiales y perversos tratarán de levantar pre-juicios contra el hombre que fielmente cumple con los deberes de la profesión y de obstaculizarle el camino; pero estas pruebas solo revelarán el oro puro del carácter. Cristo será su refugio contra las habladurías. Aunque su vida pueda ser difícil y abnegada, y a juicio del mundo quizá sea un fracaso, a la vista del cielo será un éxito, y será considerado como uno de los nobles de Dios. “Los entendidos resplandecerán como el resplandor del firmamento; y los que enseñan la justicia a la multitud, como las estrellas a perpetua eternidad” (Dan. 12:3). CMM 32.1
13. La obra espiritual del médico . Mientras ejerce su profesión, todo médico puede, por la fe en Cristo, poseer una cura del más alto va-lor: un remedio para el alma enferma de pecado. El médico convertido y santificado por la verdad queda anotado en el cielo como colaborador de Dios, como discípulo de Jesucristo. Por la santificación de la verdad, Dios da a los médicos y los enfermeros sabiduría y habilidad para tratar a los enfermos, y esta obra abre la puerta de muchos corazones. Los hombres y las mujeres son inducidos a comprender la verdad que es necesaria para salvar el alma y el cuerpo. CMM 32.2
Este es un elemento que da carácter a la obra para este tiempo. La obra misionera médica es como el brazo derecho del mensaje del tercer ángel, que debe ser proclamado a un mundo caído; y los médicos, los gerentes y los obreros de cualquier ramo, al desempeñar fielmente su parte, están haciendo la obra del mensaje. Así la proclamación de la verdad va a toda nación, lengua y pueblo. En esta obra, los ángeles celestiales tienen una parte. Despiertan gozo espiritual y melodías en los corazones de aquellos que han sido librados del sufrimiento, y el agradecimiento a Dios brota de los labios de muchos que han recibido la verdad preciosa. CMM 33.1
Cada médico de nuestras filas debe ser cristiano. Solamente los mé-dicos que son verdaderos cristianos según la Biblia pueden desempeñar debidamente los altos deberes de su profesión. CMM 33.2
El médico que comprende su responsabilidad sentirá la necesidad de la presencia de Cristo con él en su obra para aquellos en cuyo favor hizo tan grande sacrificio. Dejará subordinado todo lo demás a los intereses superiores que conciernen a la vida que puede salvarse para la eternidad. Hará cuanto esté en su poder para salvar tanto el cuerpo como el alma. Tratará de hacer la misma obra que Cristo haría si estuviese en su lugar. El médico que ame a Cristo y a las almas por las que Cristo murió tratará fervientemente de llevar a la pieza de los enfermos una hoja del árbol de la vida. Tratará de proporcionar el Pan de vida al doliente. A pesar de los obstáculos y las dificultades que haya de arrostrar, esta es la obra solemne y sagrada de la profesión médica. CMM 33.3
La verdadera obra misionera es aquella en la cual la obra del Salvador está mejor representada, sus métodos copiados más de cerca, mejor fomentada su gloria. La obra misionera que no alcance esta norma se registra en el cielo como defectuosa. Será pesada en las balanzas del Santuario y hallada falta. CMM 33.4
El médico debe tratar de dirigir la mente de sus pacientes a Cristo, el Médico del alma y el cuerpo. Aquello que los médicos solo pueden intentar hacer, Cristo lo realiza. El agente humano se esfuerza por prolongar la vida. Cristo es la vida. El que pasó por la muerte para destruir a aquel que tiene el imperio de la muerte es la Fuente de toda vitalidad. En Galaad hay bálsamo y médico. Cristo soportó una muerte atroz, en las circunstancias más humillantes, para que tuviésemos vida. Dio su preciosa vida para vencer la muerte. Pero se levantó de la tumba, y las miríadas de ángeles que vinieron a contemplarlo mientras recuperaba la vida que había depuesto oyeron sus palabras de gozo triunfante cuando, de pie sobre la tumba abierta de José, proclamó: “Yo soy la resurrección y la vida” (Juan 11:25). CMM 33.5
La pregunta: “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14) ha sido contestada. Al llevar la penalidad del pecado y al bajar a la tumba, Cristo la iluminó para todos los que mueren con fe. Dios, en forma humana, sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio. Al morir, Cristo aseguró la vida eterna a todos los que crean en él. Al morir, condenó al instigador del pecado y la deslealtad a sufrir la pena del pecado: la muerte eterna. CMM 34.1
El Poseedor y Dador de la vida eterna, Cristo, fue el único que pudo vencer la muerte. Él es nuestro Redentor; y bienaventurado es todo médico que es, en el verdadero sentido de la palabra, un misionero, un salvador de las almas por las cuales Cristo dio su vida. Un médico tal aprende del gran Médico, día tras día, a velar y trabajar por la salvación de las almas y los cuerpos de hombres y mujeres. El Salvador está pre-sente en la pieza del enfermo, en la sala de operaciones; y su poder, para gloria de su nombre, realiza grandes cosas. CMM 34.2
El médico puede hacer una noble obra si está relacionado con el gran Médico. Puede hallar oportunidad de decir palabras de vida a los parientes del enfermo, cuyos corazones están llenos de simpatía por el doliente; y puede enternecer y elevar la mente del doliente para inducirlo a mirar al que puede salvar hasta lo sumo a todos los que se allegan a él en busca de salvación. CMM 34.3
Cuando el Espíritu de Dios obra sobre la mente del afligido y lo induce a indagar la verdad, trabaje el médico por el alma preciosa como trabajaría Cristo. No trate de insistir ante él acerca de ninguna doctrina especial, sino señálele a Jesús como el Salvador que perdona el pecado. Los ángeles de Dios impresionarán la mente. Algunos se niegan a ser iluminados por la luz que Dios quisiera dejar resplandecer en las cámaras del espíritu y en el templo del alma; pero muchos responderán a la luz, y en esas mentes quedarán disipados el engaño y el error en sus diversas formas. CMM 34.4
Debe aprovecharse cuidadosamente toda oportunidad de trabajar como Cristo trabajó. El médico debe hablar de la ternura y del amor de Cristo, y de las obras de sanidad que realizó. Debe creer que Jesús es su compañero y que está a su lado, “Porque nosotros somos colaboradores de Dios” (l Cor. 3:9). CMM 35.1
Nunca debe el médico descuidar la oportunidad de dirigir la mente de sus pacientes a Cristo, el Médico supremo. Si el Salvador mora en su corazón, sus pensamientos serán siempre encauzados hacia el Sanador del alma y el cuerpo. Conducirá la mente de sus pacientes a aquel que puede curarlos, al que, mientras estaba en la tierra, devolvía la salud a los enfermos y sanaba el alma tanto como el cuerpo, diciendo: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mar. 2:5). CMM 35.2
Nunca debe dejar el médico que la familiaridad con el dolor lo haga descuidado o carente de simpatía. En caso de enfermedad grave, el pa-ciente siente que está a la merced del médico. Mira al médico como su única esperanza terrenal, y este debe conducir al alma temblorosa hacia aquel que lo supera, a saber el Hijo de Dios, que dio su vida para salvarlo de la muerte, que se compadece del doliente, y quien por su poder divino dará habilidad y sabiduría a todos los que se las pidan. CMM 35.3
Cuando el paciente no sabe cómo puede resultar su caso, es el mo-mento en que el médico puede impresionar su mente. No debe hacerlo con el deseo de distinguirse, sino para conducir el alma a Cristo como Salvador personal. Si la vida se salva, es un alma por la cual el médico ha de velar. El paciente siente que el médico es la misma vida de su vida. Y ¿con qué fin ha de aprovecharse esta gran confianza? Siempre con el objeto de ganar un alma para Cristo y magnificar el poder de Dios. CMM 35.4
Cuando pasó la crisis y el éxito es evidente, sea el paciente creyente o incrédulo, pásense algunos momentos con él en oración. Den expresión a su agradecimiento porque su vida fue perdonada. El médico que sigue una conducta tal lleva a su paciente a aquel de quien depende la vida. Las palabras de gratitud pueden fluir del paciente al médico porque, Dios mediante, ligó esta vida con la suya; pero, sean la alabanza y el agradecimiento dados a Dios, como el que está presente aunque invisible. CMM 35.5
En el lecho de la enfermedad, a menudo se acepta y confiesa a Cristo; y esto sucederá con más frecuencia en lo futuro de lo qué ha sucedido en lo pasado, porque el Señor hará obra abreviada en nuestro mundo. Los labios del médico deben pronunciar palabras de sabiduría, y Cristo regará la semilla sembrada, haciéndola llevar fruto para vida eterna. CMM 35.6
Perdemos las oportunidades más preciosas al descuidar de hablar una palabra en sazón. Con demasiada frecuencia, queda sin usar un talento precioso que debiera multiplicarse mil veces. Si no velamos para ver el áureo privilegio, pasará. En tal caso, el médico dejó que algo le impidiera hacer la obra que le era señalada como ministro de la justicia. CMM 36.1
No hay demasiados médicos piadosos para servir en su profesión. Hay mucha obra que hacer, y los ministros y los médicos han de trabajar en perfecta unión. Lucas, el escritor del Evangelio que lleva su nombre, es llamado el médico amado, y los que hacen una obra similar a la suya están viviendo el evangelio. CMM 36.2
Incontables son las oportunidades del médico para amonestar al impenitente, alentar al desconsolado y desesperado, y aconsejar para salud de la mente y del cuerpo. Mientras instruye así a la gente en los principios de la verdadera temperancia y, como guardián de las almas, da consejos a los que están mental y físicamente enfermos, el médico desempeña su parte en la gran obra de preparar a un pueblo para el Señor. Esto es lo que la obra médico-misionera ha de realizar en relación con el mensaje del tercer ángel. CMM 36.3
Los ministros y los médicos han de obrar armoniosamente y con fervor para salvar a las almas que se están enredando en las trampas de Satanás. Han de dirigir a hombres y mujeres a Jesús, su Justicia, su Fortaleza y la Salud de su rostro. Continuamente han de velar por las almas. Hay quienes están luchando con fuertes tentaciones, en peligro de ser vencidos en la lucha con los agentes satánicos. ¿Los pasarán por alto sin ofrecerles ayuda? Si ven a un alma que necesita ayuda, entablen conversación con ella aun cuando no la conozcan. Oren con ella. Condúzcanla a Jesús. CMM 36.4
Esta obra incumbe tan ciertamente al médico como al predicador. Por esfuerzos públicos y privados, el médico debe tratar de ganar almas para Cristo. CMM 36.5
En todas nuestras empresas y en todas nuestras instituciones, Dios ha de ser reconocido como el Artífice maestro. Los médicos han de ser representantes suyos. La fraternidad médica ha hecho muchas reformas, y ha de seguir progresando. Los que tienen en su mano la vida de los seres humanos deben ser educados, refinados, santificados. Entonces el Señor obrará por su medio para glorificar su nombre (Joyas de los testimonios , t. 2, pp. 486-491). CMM 37.1
14. Los médicos deben ser educadores sabios . Enseñen a la gente que más vale prevenir que curar. Nuestros médicos, como sabios educadores, deberían prevenir a cada uno contra la satisfacción de apetitos desordenados, y mostrar que el único medio de evitar la ruina del cuerpo y de la mente consiste en abstenerse de las cosas que Dios prohibió (Joyas de los testimonios, t. 3, p. 361). CMM 37.2
15. Los enfermos observan cuidadosamente . Nuestros sanatorios son uno de los medios de mayor éxito para alcanzar a toda clase de gente. Cristo ya no está personalmente en este mundo para ir a las ciudades y a los pueblos y las aldeas a fin de sanar a los enfermos. Nos ha encargado que llevemos a cabo la obra misionera médica que él comenzó, y debemos hacer lo mejor posible en el cumplimiento de esta obra. Es necesario establecer instituciones para el cuidado de los enfermos, donde hombres y mujeres puedan ser colocados bajo la atención de médicos misioneros temerosos de Dios y ser tratados sin drogas. A estas instituciones acudirán los que han acarreado enfermedad sobre sí mismos debido a hábitos impropios en el comer y el beber. A estos hay que enseñarles los principios de la vida sana. Hay que enseñarles el valor de la abnegación y el dominio propio. Es necesario proveerles un régimen de alimentación sencillo, sano y agradable, y deben ser atendidos por médicos y enfermeras llenos de sabiduría. CMM 37.3
Nuestros sanatorios son la mano derecha del evangelio, y abren puertas a través de las cuales la humanidad doliente puede ser alcanzada con las buenas nuevas de sanación por medio de Cristo. En estas instituciones, los enfermos pueden ser enseñados para que entreguen sus casos al Gran Médico, quien cooperará con sus fervientes esfuerzos para recuperar la salud, y producirá en ellos la sanación del alma tanto como la curación del cuerpo. CMM 37.4
En nuestros sanatorios se puede llevar a cabo una obra misionera médica admirable. En ellos, Cristo y los ángeles trabajan para aliviar el sufrimiento causado por la enfermedad del cuerpo. Pero la obra de ningún modo se detiene allí. Las oraciones ofrecidas por los enfermos y la presentación de las Escrituras les proporcionan un conocimiento del gran Médico Misionero. Se dirige su atención hacia aquel que puede curar toda enfermedad. Aprenden acerca del gran don de la vida eterna, el cual el Señor Jesús anhela derramar sobre quienes lo aceptan. Aprenden a prepararse para las mansiones que Cristo ha ido a disponer para los que lo aman. Si me fuere, dijo él, “vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Juan 14:3). La Palabra de Dios contiene admirables promesas, de las cuales los que sufren del cuerpo o de la mente pueden recibir consuelo, esperanza y valor. CMM 38.1
El plan de proveer instituciones para el cuidado debido de los enfermos se originó en el Señor. Él ha instruido a su pueblo para que establezcan esas instituciones. Deben trabajar, en ellas, médicos temerosos de Dios, que sepan tratar a los enfermos desde el punto de vista del médico cristiano hábil. Estos médicos deben ser fervientes y activos, y servir al Señor en su especialidad. Deben recordar que están trabajando en el lugar y bajo la vigilancia del gran Médico. Son los guardianes de los seres a quienes Cristo compró con su propia sangre, y por lo tanto es indispensable que se dirijan por medio de principios elevados y nobles, y que lleven a cabo la voluntad del Médico Misionero divino, quien vela constantemente sobre los enfermos y dolientes. CMM 38.2
Los que han sido designados guardianes de la salud de los enfermos debieran comprender, por medio de la experiencia, el poder suavizador de la gracia de Cristo, para que los que acuden a ellos en busca de tratamiento puedan recibir, mediante sus palabras, el poder elevador y sanador de la propia verdad de Dios. Un médico no se encuentra preparado para la obra misionera médica hasta que ha obtenido conocimiento de aquel que vino a salvar a las almas perdidas y afligidas por el pecado. Si Cristo es su Maestro, y si poseen conocimiento experimental de la verdad, pueden presentar al Salvador ante los enfermos y los desahuciados. CMM 38.3
Los enfermos observan cuidadosamente las expresiones, las palabras y los actos de sus médicos, y cuando el médico cristiano se arrodilla junto al lecho del doliente, para pedir al gran Médico que tome su caso en sus propias manos, impresiona la mente del enfermo, lo cual puede producir como resultado la salvación de su alma (Consejos sobre la salud , pp. 209-211). CMM 39.1
13. Los ángeles aguardan para cooperar. Una gran luz ha estado brillando sobre nosotros, pero ¿cuánto de esta luz hemos reflejado al mundo? Los ángeles celestiales están esperando para que los seres humanos colaboren con ellos en la presentación práctica de los principios de la verdad. Por medio de nuestros sanatorios y empresas semejantes deberá realizarse una gran parte de esta obra. Estas instituciones han de ser monumentos conmemorativos de Dios, en las que su poder sanador se puede poner al alcance de todas las clases, elevadas y bajas, ricas y pobres. Todo el dinero invertido en ellas por amor de Cristo producirá bendiciones tanto al que lo da como a la humanidad doliente (Ibíd ., p. 216). CMM 39.2