Sr. Jones. — Señor Presidente. La Sra. Bateham en su primer discurso de esta mañana, al decir quiénes son los que están en favor de esta ley dominical, dijo que creía que “la gran mayoría de la gente aprobará esta ley”. Ella mencionó que los que se oponían eran solo “la prensa diaria”, “los administradores de los ferrocarriles”, “las compañías de barcos a vapor”, “los taberneros y panaderos”, “una clase de extranjeros que prefieren el domingo continental” y “la muy pequeña secta de los bautistas del séptimo Día”. LDN 122.5
El Honorable G. P. Lord en sus observaciones dijo que “no más de tres millones de nuestra población trabaja en domingo, y la mayor parte de este número son trabajadores no muy dispuestos”. Dijo que el “resto, o más de cincuenta y siete millones de nuestra población, se abstienen de trabajar en el día de reposo”. LDN 122.6
Tomando estas afirmaciones como verdaderas, parece que la abrumadora mayoría del pueblo estadounidense no solo está en favor de la ley dominical, sino que realmente guardan ese día como día de descanso. LDN 122.7
Ahora, caballeros, ¿no es más bien singular, y una doctrina totalmente nueva en un gobierno del pueblo, que la mayoría necesite ser protegida? ¿De quién debe ser protegida? De sí mismos, muy seguramente, porque por sus propia representación son la mayoría a tal grado que sería imposible que fueran oprimidos por alguien más. Pero en un gobierno del pueblo, cuando la mayoría se está oprimiendo a sí misma, ¿cómo pueden las leyes impedirlo, cuando las leyes deben ser confeccionadas por la mayoría, es decir, por los mismos que están realizando la opresión? Si para ellos mi argumento parece erróneo, citaría, enteramente para su beneficio, las palabras de la Corte Suprema de Ohio, sobre que la “protección” garantizada en nuestras provisiones constitucionales LDN 122.8
significa protección de las minorías. La mayoría puede protegerse a sí misma. Las Constituciones son promulgadas con el propósito de proteger a los débiles contra los fuertes, a los pocos contra los muchos. LDN 123.1
Esto tiene muy buen sentido, y representa una ley constitucional sana. Ahora, supóngase que según este buen principio constitucional, y bajo la cubierta de sus propias declaraciones, nosotros, observadores del séptimo día, a quienes ellos mismos designan como tan enteramente en minoría que difícilmente vale la pena considerar, supónganse que viniéramos al Congreso pidiendo protección (y como todo mi alegato ha demostrado, si alguien necesita protección en este asunto, ciertamente somos nosotros mismos), supónganse, entonces, que venimos al Congreso pidiendo protección del mismo modo en que ellos la piden, supónganse que pidiéramos al Congreso que promulgara una ley obligando a toda la gente a no hacer trabajos en sábado, a fin de proteger nuestro derecho de guardar el sábado; ¿qué se pensaría acerca de esto? ¿Qué pensaría esta gente? ¿Qué debería pensar alguien al respecto, sino que se trata de un caso de toma injustificada de autoridad para imponer sobre otros nuestras ideas de observancias religiosas? Esto sería el meollo del asunto, y sería totalmente inexcusable. Y no arriesgo nada al decir que estas personas mismas, así como todos los demás, lo considerarían injustificable e inexcusable. Pero si esto se aplica al caso de una minoría que realmente necesita ser protegida, ¿qué, entonces, no debiera pensarse de esta gente que pretende estar en una abrumadora mayoría, en su misión de pedirle al Congreso que obligue a todos a descansar en domingo para su propia protección! LDN 123.2
Caballeros, lo que quieren no es protección, sino poder. LDN 123.3