En el año 1842 vivía en Boston, Massachusetts, un hombre bien educado llamado William Foy, que era un predicador elocuente. Era bautista, pero estaba preparándose para tomar las sagradas órdenes como ministro episcopal. El Señor le dio la gracia de dos visiones en el año 1842, una el 18 de enero, la otra el 4 de febrero. Estas visiones mostraban claras evidencias de ser manifestaciones genuinas del Espíritu de Dios. Fue invitado desde varios lugares para hablar en el púlpito, no solo por los episcopales, sino por los bautistas y otras denominaciones. Cuando hablaba, siempre usaba el atuendo de clérigo, ya que los ministros de esa iglesia lo visten en sus servicios. GMA 113.7
Las visiones del Sr. Foy se relacionaban con la próxima venida de Cristo, los viajes del pueblo de Dios a la ciudad eterna, y las glorias del estado redimido. Teniendo un buen dominio del idioma, con buenos poderes de descripción, creaba una sensación dondequiera que iba. Por invitación, iba de una ciudad a otra para contar las maravillosas cosas que había visto; y a fin de acomodar las vastas muchedumbres que se reunían para escucharlo, conseguían grandes auditorios, donde relataba a miles lo que le había sido mostrado del mundo celestial, la hermosura de la Nueva Jerusalén, y de las huestes angélicas. Cuando se detenía en el amor tierno y compasivo de Cristo por los pobres pecadores, exhortaba a los inconversos que buscaran a Dios, y veintenas respondían a sus tiernas súplicas. GMA 114.1