Al fumador todo le parece desagradable e insípido si no satisface su vicio favorito. El uso del tabaco entorpece de tal manera la capacidad natural de percepción del cuerpo y la mente, que la persona se vuelve insensible a la influencia del Espíritu de Dios. Cuando le falta su estimulante habitual, el alma y el cuerpo del fumador experimentan un hambre ansiosa, no por la justicia y la santidad de la presencia divina, sino por su ídolo acariciado. Al satisfacer sus apetitos pervertidos los cristianos profesos debilitan diariamente sus facultades, haciendo imposible de esa manera que puedan glorificar a Dios. CSI 83.3