Me siento instada a dirigirme a aquellos que están empeñados en dar el último mensaje de amonestación al mundo. El que aquellos por quienes trabajen vean y acepten la verdad depende mucho de los obreros individualmente. La orden de Dios es: “Limpiaos los que lleváis los vasos de Jehová.” Isaías 52:11. Y Pablo encarga a Timoteo: “Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina.” 1 Timoteo 4:16. La obra debe principiar con el obrero; éste debe estar unido con Cristo como el sarmiento está unido a la vid. “Yo soy la vid—dijo Cristo,—vosotros los pámpanos.” Juan 15:5. Esto representa la relación más íntima que sea posible. Injértase la rama sin hojas en la cepa floreciente, y viene a ser un sarmiento vivo que saca savia y nutrición de la vid. Fibra por fibra, vena por vena, el sarmiento se aferra hasta que brota y florece y lleva fruto. La rama sin savia representa al pecador. Cuando está unida con Cristo, el alma se une al alma, lo débil y finito a lo santo e infinito, y el hombre llega a ser uno con Cristo. 2JT 232.1
“Sin mí—dice Cristo—nada podéis hacer.” Juan 15:5. ¿Estamos unidos con Cristo los que aseveramos ser obreros suyos? ¿Moramos en Cristo y somos uno con él? El mensaje que llevamos es mundial. Debe llegar a todas las naciones, lenguas y pueblos. El Señor no requerirá de ninguno de nosotros que salga con este mensaje, sin darnos gracia y poder para presentarlo a la gente de una manera que corresponda a su importancia. La gran cuestión para nosotros hoy es: ¿Estamos llevando hoy al mundo este solemne mensaje de verdad de tal manera que manifieste su importancia ? El Señor obrará con los obreros si ellos dependen únicamente de Cristo. Nunca quiso que sus misioneros trabajasen sin su gracia, destituídos de su poder. 2JT 232.2
Cristo nos ha elegido del mundo, para que seamos un pueblo peculiar y santo. El “se dió a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad, y limpiar para sí un pueblo propio, celoso de buenas obras.” Tito 2:14. Los obreros de Dios deben ser hombres de oración, diligentes estudiantes de las Escrituras, que tengan hambre y sed de justicia, a fin de que sean una luz y fuerza para otros. Nuestro Dios es un Dios celoso; y requiere que le adoremos en espíritu y en verdad, en la hermosura de la santidad. El salmista dice: “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me oyera.” Salmos 66:18. Como obreros, debemos prestar atención a nuestros caminos. Si el salmista no podría haber sido oído si en su corazón hubiese mirado la iniquidad, ¿cómo pueden ser oídas las oraciones de los hombres ahora, mientras conservan la iniquidad ? 2JT 233.1