El verdadero espíritu misionero es el espíritu de Cristo. El Redentor del mundo fué el gran modelo misionero. Muchos de los que le siguen han trabajado fervorosa y abnegadamente en la causa de la salvación de los seres humanos; pero no ha habido hombre cuya labor pueda compararse con la abnegación, el sacrificio y la benevolencia de nuestro Dechado. 2JT 126.1
El amor que Cristo manifestó por nosotros es sin parangón. ¡Con cuánto fervor trabajó él! Con cuánta frecuencia estaba solo orando fervientemente, sobre la ladera de la montaña o en el retraimiento del huerto, exhalando sus súplicas con lloro y lágrimas. ¡Con cuánta perseverancia insistió en sus peticiones en favor de los pecadores! Aun en la cruz se olvidó de sus propios sufrimientos en su profundo amor por aquellos a quienes vino a salvar. ¡Cuán frío es nuestro amor, cuán débil nuestro interés, cuando se comparan con el amor y el interés manifestados por nuestro Salvador! Jesús se dió a sí mismo para redimir nuestra especie; y sin embargo, cuán fácilmente nos excusamos de dar a Jesús todo lo que tenemos. Nuestro Salvador se sometió a trabajos cansadores, ignominia y sufrimiento. Fué repelido, escarnecido, vilipendiado, mientras se dedicaba a la gran obra que había venido a hacer en la tierra. 2JT 126.2
¿Preguntáis, hermanos y hermanas, qué modelo copiaremos? No os indico a hombres grandes y buenos, sino al Redentor del mundo. Si queréis tener el verdadero espíritu misionero, debéis ser dominados por el amor de Cristo; debéis mirar al Autor y Consumador de nuestra fe, estudiar su carácter, cultivar su espíritu de mansedumbre y humildad, y andar en sus pisadas. 2JT 126.3
Muchos suponen que el espíritu misionero y las cualidades para el trabajo misionero constituyen un don especial que se otorga a los ministros y a unos pocos miembros de la iglesia, y que todos los demás han de ser meros espectadores. Nunca ha habido mayor error. Todo verdadero cristiano ha de poseer un espíritu misionero, porque el ser cristiano es ser como Cristo. Nadie vive para sí, “y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de él.” Romanos 8:9. Todo aquel que haya gustado las potestades del mundo venidero, sea joven o anciano, sabio o ignorante, será movido por el espíritu que animaba a Cristo. El primer impulso del corazón renovado consiste en traer a otros también al Salvador. Aquellos que no poseen ese deseo dan muestras de que han perdido su primer amor; deben examinar detenidamente su propio corazón a la luz de la palabra de Dios, y buscar fervientemente un nuevo bautismo del Espíritu; deben orar por una comprensión más profunda de aquel admirable amor que Jesús manifestó por nosotros al dejar el reino de gloria, y al venir a un mundo caído para salvar a los que perecían. 2JT 126.4