Lucretia Cranson era la hija de unos amigos de los esposos White. Se casó con D. M. Canright en 1867. Elena G. de White le escribió la siguiente carta, poco tiempo antes de que Lucretia muriese, el 29 de marzo de 1879. HD 213.1
Querida y sufriente hermana: Preferiría estar con usted para conversar juntas, pero me es imposible hacerlo. Debo decirle que puede contar con todo mi apoyo en su tribulación, pero al pensar en usted siempre se me da la más vívida seguridad de que está sostenida por un brazo que nunca se cansa, y consolada por un amor que es tan permanente como el trono de Dios. HD 213.2
Cuando pienso en usted no la veo como alguien que se queja en su debilidad, sino alguien sobre quien el rostro del Señor resplandece para darle luz y paz. Alguien que está en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo, y que crece diariamente en el conocimiento de la voluntad divina. Alguien que está participando de la naturaleza divina; creciendo en santa confianza como la de un niño; creciendo en reverencia y amor confiado. El aprecio por la sangre de Cristo y su perdón nunca han sido tan preciosos y valorados como ahora en su debilidad, cuando el mundo no tiene más atractivo. HD 213.3
Usted ha estado creciendo en su experiencia interior y está ayudando a otros con su consejo y orientación. Para usted, mi amada hija, la religión se ha tornado más y más preciosa, y encuentra más y más consuelo aprendiendo a los pies de Jesús. El temor por la muerte ha desaparecido, porque si había terror frente a la vista de este “postrer enemigo”, una mirada a Jesús lo ha hecho desaparecer, porque él puede aun iluminar la tumba con su sagrada presencia. Y su corazón no descansará hasta encontrarse rodeada por los brazos del amor infinito. HD 214.1
Querida amiga, su peregrinaje está llegando a su fin. Aunque no es nuestro deseo ni nuestra voluntad, descansará en la esperanza hasta que el dador de la vida la llame para cambiar esta cárcel por una brillante inmortalidad. Jesús es su Salvador ahora, y es quien, con su presencia, hace de cualquier lugar un cielo. Su vida, mi amada hija, está escondida con Cristo en Dios; y cuando Cristo, que es su vida, se manifieste, usted también se manifestará con él vestida de inmortalidad y vida eterna. ¿Contemplará la gloria de Cristo llena de gracia, misericordia y paz en su debilidad? ¿Se acercará a él como la aguja se torna al imán? HD 214.2
Quizá no todos sus días sean claros y gozosos; pero no se angustie por ello. Espere y confíe demostrando su fe, mansedumbre y paciencia. Aun ahora su vida puede ser una lección para todos, mostrándoles que se puede ser feliz a pesar de la aflicción y la pérdida de las fuerzas. Cuando el alma pasa por aguas profundas, la presencia de Dios hace santa la habitación de sus santos que agonizan. Su paciente espera y su constante gozo muestran que tiene la ayuda de un poder invisible; y eso es un poderoso testimonio en favor del cristianismo y del Salvador que se ama. Estas pruebas tienen un poder transformador para refinar, ennoblecer, purificar y capacitar para las mansiones eternas. HD 214.3
¡Oh, sí! los últimos días de un creyente pueden ser fragantes, porque los rayos del Sol de justicia brillan a través de esa vida difundiendo una fragancia constante. ¡Cuántas razones tenemos para gozarnos, siendo que nuestro Redentor derramó su preciosa sangre sobre la cruz en expiación por nuestros pecados, y por su obediencia hasta la muerte nos brindó justicia eterna! Usted sabe que él hoy está a la diestra del Padre, como nuestro Salvador y como Príncipe de la vida. No hay otro nombre a quien podamos confiar nuestros intereses eternos; solo en él podemos descansar plenamente. Usted lo ha amado a él; y aunque a veces su fe puede haber sido débil y su convicción confusa, Jesús es su Salvador. Él no la salva porque usted sea perfecta, sino porque necesita de él, y ha confiado en él. Jesús la ama, mi preciosa amiga. Con confianza puede cantar: “Bajo sus alas mi alma estará, salva y segura por siempre”.—Carta 46, 1879. HD 214.4