Carta escrita a Fannie Capehart, de la ciudad de Washington, cuando había perdido a su esposo. Elena G. de White le recuerda su propia experiencia cuando su esposo Jaime murió. HD 215.1
Mi querida hermana: Recién leí su carta, y no quiero demorarme en contestarle porque quizá estas líneas puedan traer alivio a su mente. HD 215.2
Mi esposo murió en Battle Creek en 1881. Durante un año no pude soportar la idea de estar sola. Mi esposo y yo habíamos hecho la obra ministerial lado a lado, y por un año después de su muerte, me resultaba difícil entender por qué había sido dejada sola para llevar adelante las responsabilidades que antes habíamos realizado juntos. Durante ese primer año, en lugar de recobrarme, estuve cerca de la muerte. Pero no quiero seguir recordando esos momentos. HD 215.3
Mientras mi esposo yacía en el féretro, nuestros buenos hermanos me urgían a que orásemos para que la vida le fuese devuelta. Pero les dije: No, no. Mientras vivía hizo el trabajo que debía haber sido hecho por dos o tres hombres. Ahora descansa. ¿Por qué rogar que vuelva a la vida para pasar otra vez lo que él ha pasado? “Bienaventurados de aquí en adelante los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras con ellos siguen”. Apocalipsis 14:13. HD 215.4
Ese año que siguió a la muerte de mi esposo fue un año lleno de sufrimiento para mí. Llegué a estar tan débil que pensé que no viviría. Algunos miembros de la familia pensaron que se podría encender una chispa de esperanza en mi vida, si me podían convencer de asistir al congreso en Healdsburg. El congreso se iba a realizar en una arboleda cerca de mi hogar. Mis parientes esperaban que el Señor me revelase durante el congreso que me iba a extender la vida. Estaba tan pálida que no había color en mi rostro. Un domingo, me cargaron en un carruaje cómodo y me llevaron al congreso. La carpa estaba completamente llena; parecía que casi toda la ciudad estaba presente. HD 215.5
Se colocó un sofá en la amplia plataforma donde estaba el púlpito, y allí me pusieron de la forma más confortable posible. Durante la reunión le dije a mi hijo Willie que me ayudara a ponerme de pie para pronunciar unas pocas palabras. Él lo hizo, y allí estuve, como por cinco minutos, tratando de hablar y pensando que si finalmente podía hacerlo, sería mi última oportunidad; sería mi discurso de despedida. HD 216.1
De repente, sentí un poder que vino sobre mí, parecido a un choque eléctrico. Pasó a través de mi cuerpo hasta alcanzar la cabeza. La gente testificó que literalmente vieron la sangre llegar hasta mis labios, mis oídos, mis mejillas y mi frente. Fui sanada delante de ese gran número de personas. Alabé a Dios en mi corazón y mediante las palabras de mis labios. Se realizó un milagro delante de esa gran congregación. HD 216.2
Entonces tomé mi lugar entre los predicadores y di mi testimonio como nunca lo había hecho. Parecía como que alguien había sido levantado de los muertos. Todo ese año había sido un tiempo de preparación para ese cambio. La gente de la ciudad tuvo entonces una señal que sirvió de testimonio a la verdad [...]. HD 216.3
Mi hermana, no muestre más ninguna desconfianza en nuestro Señor Jesucristo. Avance con fe, creyendo que se encontrará nuevamente con su esposo en el reino de Dios. Haga lo mejor que esté de su parte para preparar a los vivos, para que lleguen a ser miembros de la familia real e hijos del Rey celestial. Ese es nuestro trabajo ahora; ese es su trabajo también. Hágalo fielmente, creyendo que encontrará a su esposo en la ciudad de Dios. Haga cuanto pueda para ayudar a otros a estar contentos; levánteles el ánimo, y llévelos a aceptar a Cristo. No torture su alma como lo ha estado haciendo, sino sea humilde, fiel y sincera; y acepte la segura palabra de Dios de que nos encontraremos con nuestros amados cuando termine el conflicto. ¡Tenga ánimo!—Carta 82, 1906. HD 216.4
La siguiente carta fue escrita a la hermana Chapman, una vieja amiga en la fe, cuando esta perdió a su compañero de toda la vida. HD 216.5
Querida Hna. Chapman: Pienso en usted cada día y me solidarizo con usted. ¿Qué puedo decirle en este momento en que la pena más grande ha llegado a su vida? Las palabras me faltan. Solo puedo encomendarla a Dios y a nuestro compasivo Salvador; en él hay descanso y paz. Mediante él podemos recibir consuelo, porque él nos ama y se preocupa por nosotros como nadie más puede hacerlo. Jesucristo mismo es el que la sostiene; sus brazos eternos la rodean y sus palabras traen salud. No podemos penetrar en los secretos concilios de Dios. El desánimo, la angustia, el desconcierto y el luto no han de separarnos de Dios, sino acercarnos más a él. HD 216.6
¡Cómo nos cansamos, suspiramos y agonizamos al intentar llevar nuestras propias cargas! Pero si vamos a Jesús y le decimos que no podemos llevar ese peso ni un momento más, y depositamos nuestras cargas sobre él, recibiremos descanso y paz. Vamos tropezando a lo largo del camino con nuestras pesadas cargas, y vivimos una vida miserable cada día, porque no atesoramos en nuestro corazón las preciosas promesas de Dios. Aunque seamos indignos, él nos acepta en Cristo Jesús. Nunca olvidemos que Jesús nos ama y está esperando nuestro ruego para concedernos su gracia. HD 217.1
Mi querida y afligida hermana, sé por experiencia lo que usted está pasando. Ya he transitado el camino que ahora le toca recorrer. Acérquese a Cristo, mi hermana; él es el poderoso sanador. El amor de Jesús no viene de una manera sorprendente. Nos ha dado muestras de su maravilloso amor en la cruz del Calvario, y desde allí la luz de su amor se refleja en nosotros a través de brillantes rayos. Nuestra parte es aceptar su amor y apropiarnos de las promesas de Dios. HD 217.2
Repose en Jesús. Descanse en él como un niño cansado descansa en los brazos de su madre. El Señor siente compasión por usted, la ama, y la sostiene con sus brazos eternos. Usted no se ha habituado a sentir y escuchar; así como está, herida y lastimada, busque reposo en Dios. Su mano compasiva se extiende para sanar sus heridas; acéptelo y será más precioso a su alma que el amigo más íntimo. Todo lo que podríamos desear, no se compara con él. Solamente crea en él y confíe en él. HD 217.3
Su amiga en la aflicción; alguien que ya la ha experimentado.—Carta 1e, 1882. HD 217.4
La Sra. Parmelia Lane era la esposa del pastor Sands Lane, un predicador de éxito, que llegó a ser presidente de varias asociaciones en los Estados Unidos de Norteamérica. Después de haberse conocido en Inglaterra, la Sra. Lane y Elena G. de White entablaron una linda amistad. La carta que sigue, fue escrita a Parmelia Lane poco después de la muerte de su esposo. HD 218.1
Querida Hna. Lane: He pasado por la misma aflicción que usted está pasando, así que puedo solidarizarme con usted y entender sus sentimientos al tener esta gran pérdida. HD 218.2
Quería contarle que había recibido una carta de su esposo escrita poco antes de su muerte. Al momento de recibirla, estaba buscando solución a varios problemas difíciles, y me pareció que no tenía tiempo de responder. Más adelante comencé a escribirle; pero antes de que hubiera finalizado mi carta, supe que su esposo había muerto. HD 218.3
Aprecio mucho esa carta porque en ella el Hno. Lane cuenta su experiencia personal, lo que me permite creer que él era un verdadero hijo de Dios. Algunos de nuestros hermanos creían que su esposo no tenía claras todas las cosas; sin embargo, en su carta parece indicar que conscientemente buscaba seguir el camino correcto. HD 218.4
Mi querida hermana, me gustaría recibir una carta suya; espero que usted pueda ubicarse donde pueda estar feliz. HD 218.5
Me alegra saber que Jesús nuestro Salvador está pronto a venir, y que todos podremos reunirnos alrededor del gran trono blanco. Quiero estar allí; y si ambas somos fieles hasta el fin, creo que nos encontraremos con su esposo otra vez. Quizá tengamos que pasar por pruebas difíciles, pero estaremos seguras si escondemos nuestras vidas con Cristo en Dios. Muchos escucharán a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; pero la única seguridad para el alma será mirar a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. HD 218.6
Ahora, como siervas de Jesucristo, tenemos que hacer nuestra parte en dar al mundo el conocimiento de la verdad. El tiempo es breve y debemos actuar con vigilancia y diligencia; debemos trabajar a tiempo y fuera de tiempo. Nuestros talentos, naturales y adquiridos, pertenecen a la iglesia de Cristo, porque somos siervas del Señor. HD 218.7
Nos entristece ver hombres y mujeres que quieren controlar a quienes debieran ser agentes libres para el Señor. Cristo es quien gobierna supremo en su iglesia. Que nadie se interponga entre nuestra alma y Cristo. Laboremos enteramente para el Señor; que nadie se interponga entre nuestra alma y su más elevado ideal: ser vencedoras por la sangre del Cordero y por la palabra de nuestro testimonio [...]. HD 218.8
Mi hermana, esté de buen ánimo en el Señor, fijos los ojos en el autor y consumador de nuestra fe.—Carta 362, 1906. HD 219.1