Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder. Ni se enciende una luz y se pone debajo de un almud, sino sobre el candelero, y alumbra a todos los que están en casa. Mateo 5:14, 15. AFC 214.4
Nadie se sienta inclinado a ocultar su luz. Los que ocultan su luz de modo que el mundo no distinga entre ellos y los que andan en tinieblas, pronto perderán todo su poder para difundir la luz. Son los representados por las cinco vírgenes necias, y cuando venga la crisis, cuando se escuche la llamada: “¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!” (Mateo 25:6), se levantarán para encontrar que sus lámparas están apagadas, que se han mezclado con los elementos del mundo y no se han provisto del aceite de la gracia. Fueron adormecidos por las exclamaciones de paz y seguridad, y no mantuvieron encendidas sus lámparas. En medio de sus tinieblas, piden aceite, pero es imposible que un cristiano imparta carácter a otra alma. El carácter no se puede transferir. Los que aman la comodidad, el mundo y la moda, y siguen profesando el cristianismo, no irán a la fiesta de bodas del Cordero con los que son simbolizados por las cinco vírgenes prudentes. Cuando solicitan entrada, se les dice que la puerta está cerrada. Ahora es el tiempo de impartir luz... AFC 214.5
No se debe considerar una cuestión de poca monta el poseer la luz de la verdad presente, y sin embargo no comprometerse en su difusión. No es una cosa trivial decir por la actitud y el modo de sentir, aun cuando ese modo de sentir no se exprese en palabras: “Mi Señor se tarda en venir”. Debemos proclamar la verdad, debemos hacer brillar nuestra luz en forma definida para que las almas no tropiecen y caigan porque nuestra luz ha estado apagada.—Carta 84, 1895. AFC 215.1