Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. Isaías 57:15. AFC 122.3
La gracia de la humildad debiera ser fomentada por los que llevan el nombre de Cristo; pues la exaltación propia no puede hallar lugar en la obra de Dios. Los que quieran cooperar con el Señor de los ejércitos, diariamente deben crucificar el yo, colocando la ambición mundana en segundo término. Deben ser tolerantes y bondadosos, llenos de misericordia y ternura con los que los rodean... AFC 122.4
La verdadera humildad es la evidencia de que contemplamos a Dios, y de que estamos unidos con Jesucristo. A menos que seamos mansos y humildes, no podemos pretender que tenemos el verdadero concepto del carácter de Dios. Los hombres pueden pensar que están sirviendo a Dios fielmente; su talento, sabiduría, elocuencia o celo pueden deslumbrar los ojos, halagar la fantasía y despertar la admiración de los que no pueden ver debajo de la superficie; pero a menos que esas cualidades sean humildemente consagradas a Dios... son considerados por Dios como siervos inútiles.—The Review and Herald, 11- 5-1897. AFC 123.1
Dios ha estado esperando mucho tiempo que sus seguidores manifiesten verdadera humildad, para poder impartirles ricas bendiciones. Los que le ofrecen el sacrificio de un espíritu quebrantado y contrito, serán preservados en la hendidura de la roca y contemplarán al Cordero de Dios que quita los pecados del mundo. Cuando Jesús, que lleva los pecados, el sacrificio absolutamente suficiente, sea visto más claramente, sus labios exclamarán las mayores alabanzas. Mientras más vean del carácter de Cristo, más humildes se volverán y menos se estimarán a sí mismos. No se verá en su obra una necia presunción... El yo se pierde de vista al comprender su propia indignidad.—Ibid. AFC 123.2