Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios. 1 Pedro 3:3, 4. AFC64 314.1
Los encantos que consisten únicamente en la apariencia externa son superficiales y cambiantes; no se puede confiar en ellos. El adorno que Cristo concede a sus seguidores jamás se marchitará. AFC64 314.2
Si los jóvenes dedicaran al cultivo del alma la mitad del tiempo que emplean haciéndose atractivos exteriormente, qué diferencia se vería en su comportamiento, palabras y acciones. Los que procuran sinceramente seguir a Cristo deben tener concienzudos escrúpulos respecto de la ropa que llevan; deben esforzarse por satisfacer los requerimientos tan claros que el Señor dio respecto al vestir.—The Youth’s Instructor, 5 de noviembre de 1896. AFC64 314.3
Muchos se visten como la gente del mundo, para tener influencia. Pasan horas estudiando ésta o aquella moda para adornar al pobre cuerpo mortal, y el empleo de ese tiempo es peor que si fuera perdido. Pero con esto cometen un triste y fatal error. Si quieren tener una influencia salvadora, si desean que sus vidas hablen en favor de la verdad, que imiten al humilde Modelo: que muestren su fe haciendo obras justas, y establezcan una distinción bien marcada entre ellos y el mundo. Las palabras, los vestidos y las acciones deberían hablar de Dios. Entonces se ejercerá una santa influencia sobre todos, y todos aprenderán de ellos que han estado con Jesús. Los incrédulos verán que la fe en la venida de Cristo afecta el carácter. AFC64 314.4
La apariencia exterior es un índice del corazón. Cuando los corazones son afectados por la verdad, mueren para el mundo; y los que están muertos para el mundo no se conmoverán por la risa, las bromas o las burlas de los incrédulos. Experimentarán un ansioso deseo de ser como su Maestro, separados del mundo. No imitarán sus modas ni costumbres. Procurarán constantemente glorificar a Dios y obtener la herencia inmortal.—The Review and Herald, 9 de septiembre de 1884. AFC64 314.5