Sino que golpeo mi cuerpo, y lo pongo en servidumbre, no sea que habiendo sido heraldo para otros, yo mismo venga a ser eliminado. 1 Corintios 9:27. ELC 196.1
Después de su bautismo, el Hijo de Dios fue al triste desierto donde sería tentado por el diablo. Por cerca de seis semanas soportó las agonías del hambre... Conoció el poder del apetito sobre el hombre, y en beneficio del hombre pecaminoso soportó la prueba más dura posible en este punto. Allí se ganó una victoria que pocos pueden apreciar. El poder dominador del apetito depravado y el ignominioso pecado de complacerlo sólo pueden entenderse por la longitud del ayuno que nuestro Salvador soportó para poder quebrantar su poder... ELC 196.2
La intemperancia está en la base de todos los males morales conocidos del hombre. Cristo comenzó la obra de redención en el mismo lugar donde comenzó la ruina. La caída de nuestros primeros padres se debió a la complacencia del apetito. En la redención, la negación del apetito fue la primera obra de Cristo.—The Sufferings of Christ, 10, 12. ELC 196.3
El Hijo de Dios vio que el hombre no podía por sí mismo vencer esta poderosa tentación... Vino a la tierra para unir su poder divino con nuestros esfuerzos humanos, para que mediante la fuerza y el poder moral que él imparte podamos vencer por nosotros mismos. ¡Oh! qué incomparable humillación para el Rey de gloria venir a este mundo para soportar los dolores del hambre y las fieras tentaciones de un artero enemigo para poder ganar una infinita victoria para el hombre. Aquí está el amor sin paralelo. Sin embargo esta gran humillación es apenas oscuramente comprendida por aquellos para quienes fue hecha... ELC 196.4
Con la naturaleza del hombre y con el terrible peso de los pecados pesando sobre él, nuestro Redentor hizo frente al poder de Satanás en esta gran tentación decisiva que arriesgaba las almas de los hombres. Si el hombre podía vencer esta tentación, podía triunfar en cualquier otro punto.—Ibid. ELC 196.5