Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. 1 Tesalonicenses 5:23. ELC 202.1
Santificación, ¿cuántos la comprenden en su pleno significado? La mente está nublada por la malaria sensual. Los pensamientos necesitan purificación. ¡Qué no habrían sido hombres y mujeres si se hubieran dado cuenta de que el cuidado del cuerpo es importantísimo en lo que atañe al vigor y la pureza de la mente y del corazón! Hombres y mujeres han sido comprados por precio, ¡y qué precio! Nada menos que la vida del Hijo de Dios. ¡Qué terrible es para ellos ponerse en una situación en la cual sus facultades físicas, mentales y morales sean corrompidas, donde pierdan su vigor y pureza! Los tales hombres y mujeres no pueden ofrecer un sacrificio aceptable a Dios.—Carta 139, 1898. ELC 202.2
El verdadero cristiano obtiene una experiencia que trae santidad. No tiene ninguna mancha de culpa sobre la conciencia, ni mancha de corrupción en el alma. La espiritualidad de la ley de Dios, con sus principios limitadores, es traída a su vida. La luz de la verdad irradia su comprensión. Una irradiación de perfecto amor por el Redentor disipa el miasma que se ha interpuesto entre su alma y Dios. La voluntad de Dios ha llegado a ser su voluntad, pura, elevada, refinada y santificada. Su rostro revela la luz del cielo. Su cuerpo es un templo idóneo para el Espíritu Santo. La santidad adorna su carácter. Dios puede comunicarse con él, porque alma y cuerpo están en armonía con Dios.—Ibid. ELC 202.3
El Señor desea que todos sus hijos sean felices, llenos de paz y obedientes. Mediante el ejercicio de la fe el creyente llega a poseer esas bendiciones. Mediante ella puede ser suplida cada deficiencia del carácter, cada contaminación purificada, cada falta corregida, cada excelencia desarrollada.—Los Hechos de los Apóstoles, 450. ELC 202.4