Casadas, estad sujetas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Colosenses 3:18, 19. ELC 208.1
Cuántos sinsabores y qué marea de ayes e infelicidad se evitaría si los hombres, y también las mujeres, siguieran cultivando la consideración, la atención y las bondadosas palabras de aprecio y las pequeñas cortesías que mantuvo encendido el amor y que ellos consideraban necesarios para conquistar a los compañeros de su elección. Si el marido y la mujer siguieran cultivando esas atenciones que alimentan el amor, serían felices en la compañía mutua y tendrían una influencia santificadora sobre sus familiares. Tendrían en ellos mismos un pequeño mundo de felicidad y no desearían salir de ese mundo a buscar nuevas atracciones y nuevos objetos de amor... ELC 208.2
Muchas mujeres anhelan palabras de amor y ternura y las atenciones y cortesías comunes que les deben sus maridos quienes las han elegido como compañeras de la vida... Son estas pequeñas atenciones y cortesías lo que hacen la suma de la felicidad de la vida... ELC 208.3
Si conserváramos la ternura del corazón en nuestras familias, si hubiera una noble, generosa deferencia hacia los gustos y opiniones del uno al otro, si la esposa buscara oportunidades de expresar su amor en actos de cortesía hacia su esposo, si éste manifestara la misma consideración y bondadosos miramientos hacia la esposa, los hijos participarían del mismo espíritu. La influencia penetraría el hogar, y ¡qué marea de miseria se evitaría en las familias! ... ELC 208.4
Cada pareja que une sus intereses de la vida debería tratar de hacer la vida del otro tan feliz como sea posible. Lo que apreciamos tratamos de conservarlo y de hacerlo más valiosos, si podemos.—Carta 27, 1872. ELC 208.5