Aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo. Tito 2:13. ELC 354.1
Jesús dijo que iría y prepararía mansiones para nosotros, para que donde él estuviera nosotros también estemos. Habitaremos siempre con él y gozaremos de la luz de su precioso semblante. Mi corazón salta de gozo ante tan alentadora perspectiva. Estamos casi en el hogar. ¡El cielo, el bello cielo! Es nuestro hogar eterno. Me regocijo por cada momento que Jesús vive. Y porque él vive nosotros también viviremos. Mi alma dice: Alaba al Señor. En Jesús está la plenitud, la provisión para cada uno, para todos, ¿y por qué habíamos de morir por falta de pan o hambre en tierras extrañas? Siento hambre, siento sed por la salvación, por una completa armonía con la voluntad de Dios. Tenemos una buena esperanza mediante Jesús. Es segura y firme y entra hasta dentro del velo. Nos consuela en la aflicción, nos da gozo en medio de la angustia, dispersa la lobreguez que nos rodea y nos impulsa a mirar a través de la misma hacia la inmortalidad de la vida eterna... Los tesoros terrenales no nos resultan atractivos, porque tenemos esta esperanza que se eleva por sobre los tesoros de la tierra que perecen y se aferra de la herencia inmortal, los tesoros que son durables, incorruptibles, incontaminados y que no se desvanecen... ELC 354.2
Nuestros cuerpos mortales pueden morir y ser puestos en la tumba. No obstante la bendita esperanza vive hasta la resurrección, cuando la voz de Jesús llama al polvo durmiente. Entonces gozaremos de la plenitud de la bendita y gloriosa esperanza. Sabemos en quién hemos creído. No hemos corrido ni trabajado en vano. Una recompensa rica y gloriosa está ante nosotros; es el premio por el cual corremos, y si perseveramos con ánimo seguramente lo hemos de obtener.—Carta 9, 1856. ELC 354.3