Entonces dije: He aquí, vengo; en el rollo del libro está escrito de mí; el hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón. Salmos 40:7, 8. ELC 40.1
En los concilios del cielo se resolvió dar a la humanidad una ejemplificación viviente de la ley. Habiendo decidido hacer este gran sacrificio, Dios no dejó nada a oscuras, nada indefinido, con respecto a la salvación de la raza humana. El dio a la humanidad una norma para formar el carácter. Con voz audible y gran majestuosidad pronunció su ley desde el Sinaí. Estableció claramente lo que debemos hacer para ofrecerle una obediencia aceptable... “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas”. Mateo 22:37-40. ELC 40.2
El Señor tenía un amor tan grande por el mundo que dio “a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Juan 3:16. Cristo vino para darle al hombre vigor moral, para elevarlo, ennoblecerlo y fortalecerlo, capacitándolo para ser participante de la naturaleza divina habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. El probó a los habitantes de los mundos no caídos y a los seres humanos que puede guardarse la ley. Mientras poseía la naturaleza del hombre, él obedeció a la ley de Dios, vindicando la justicia de Dios que exigía su obediencia. En el juicio su vida será un argumento incontestable en favor de la ley de Dios... ELC 40.3
Al unirse a Cristo, los seres humanos caídos y pecadores pueden conformar sus vidas a los preceptos divinos. Guardando los mandamientos de Dios llegan a ser colaboradores de Aquel que vino al mundo para representar al Padre guardando todos sus mandamientos.—Manuscrito 48, 1893. ELC 40.4