Y llevóme en espíritu a un grande y alto monte, y me mostró la grande ciudad santa de Jerusalén, que descendía del cielo de Dios. Apocalipsis 21:10. FV 357.1
“Al fin de los mil años Cristo regresa a la tierra. Lo acompaña la hueste de redimidos, y le sigue una comitiva de ángeles. Al descender en majestad aterradora, manda a los muertos impíos que se levanten para recibir su condenación. Se levanta su gran ejército, innumerable como la arena del mar. ¡Qué contraste entre ellos y los que fueron resucitados en la primera resurrección! Los justos estaban revestidos de juventud y belleza inmortales. Los impíos llevan las huellas de la enfermedad y de la muerte. FV 357.2
“Todas las miradas de esa inmensa multitud se vuelven para contemplar la gloria del Hijo de Dios. Simultáneamente las huestes de los impíos exclaman: ‘¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!’ No es el amor a Jesús lo que inspira esta exclamación. Es el poder de la verdad el que hace brotar involuntariamente esas palabras de sus labios. Los impíos salen de sus tumbas tales como a ellas bajaron, con la misma enemistad hacia Cristo y en el mismo espíritu de rebelión.... De serles concedido un segundo tiempo de prueba, lo emplearían como el primero, eludiendo las exigencias de Dios e incitándose a la rebelión contra él. FV 357.3
“Cristo baja sobre el Monte de los Olivos, de donde ascendió después de su resurrección, y donde los ángeles repitieron la promesa de su regreso.... La nueva Jerusalén, descendiendo del cielo en su deslumbrante esplendor, descansa en el lugar purificado y preparado para recibirla, y Cristo, su pueblo y los ángeles, entran en la santa ciudad.”—Seguridad y Paz en el Conflicto de los Siglos, 720, 721. FV 357.4