Oyó Abrahán mi voz, y guardó mi precepto, mis mandamientos, mis estatutos y mis leyes. Génesis 26:5. RJ 186.1
Su propio ejemplo [de Abrahán], la silenciosa influencia de su vida cotidiana, era una constante lección. La integridad inalterable, la benevolencia y la desinteresada cortesía, que le habían granjeado la admiración de los reyes, se manifestaban en el hogar. Había en esa vida una fragancia, una nobleza y una dulzura de carácter que revelaban a todos que Abrahán estaba en relación con el Cielo. No descuidaba siquiera al más humilde de sus siervos. En su casa no había una ley para el amo, y otra para el siervo; no había un camino real para el rico, y otro para el pobre. Todos eran tratados con justicia y simpatía, como coherederos de la gracia de la vida. RJ 186.2
El “mandará... a su casa después de sí”. Génesis 18:19. En Abrahán no se vería negligencia pecaminosa en lo referente a restringir las malas inclinaciones de sus hijos, ni tampoco habría favoritismo imprudente, indulgencia o debilidad; no sacrificaría su convicción del deber ante las pretensiones de un amor mal entendido. No sólo daría Abrahán la instrucción apropiada, sino que mantendría la autoridad de las leyes justas y rectas. RJ 186.3
¡Cuán pocos son los que siguen este ejemplo actualmente! Muchos padres manifiestan un sentimentalismo ciego y egoísta, un mal llamado amor, que deja a los niños gobernarse por su propia voluntad cuando su juicio no se ha formado aún y los dominan pasiones indisciplinadas. Esto es ser cruel hacia la juventud, y cometer un gran mal contra el mundo. La indulgencia de los padres provoca muchos desórdenes en las familias y en la sociedad. Confirma en los jóvenes el deseo de seguir sus inclinaciones, en lugar de someterse a los requerimientos divinos. Así crecen con aversión a cumplir la voluntad de Dios, y transmiten su espíritu irreligioso e insubordinado a sus hijos y a sus nietos. Así como Abrahán, los padres deberían mandar “a su casa después de sí”. Enséñese a los niños a obedecer a la autoridad de sus padres, e impóngase esta obediencia como primer paso en la obediencia a la autoridad de Dios... RJ 186.4
Los que procuran disminuir los requerimientos de la santa ley de Dios están socavando directamente el fundamento del gobierno de familias y naciones. Los padres religiosos que no andan en los estatutos de Dios, no mandan a su familia que siga el camino del Señor. No hacen de la ley de Dios la norma de la vida. Los hijos, al fundar sus propios hogares, no se sienten obligados a enseñar a sus propios hijos lo que nunca se les enseñó a ellos. Y éste es el motivo porque hay tantas familias impías... RJ 186.5
Mientras que los mismos padres no anden conforme a la ley del Señor con corazón perfecto, no estarán preparados para “mandar a sus hijos después de sí”. Es preciso hacer en este respecto una reforma amplia y profunda.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 137-139. RJ 186.6