A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra, no seré conmovido. Salmos 16:8. RJ 251.1
Muchos tienen la idea de que deben hacer alguna parte de la obra solos. Ya han confiado en Cristo para el perdón de sus pecados, pero ahora procuran vivir rectamente por sus propios esfuerzos. Mas tales esfuerzos se desvanecerán. Jesús dice: “Porque separados de mí nada podéis hacer”Juan 15:5. Nuestro crecimiento en la gracia, nuestro gozo, nuestra utilidad, todo depende de nuestra unión con Cristo. Solamente estando en comunión con El diariamente, a cada hora permaneciendo en El, es como hemos de crecer en la gracia... RJ 251.2
Has profesado darte a Dios, con el fin de ser enteramente suyo, para servirle y obedecerle, y has aceptado a Cristo como tu Salvador. No puedes por ti mismo expiar tus pecados o cambiar tu corazón; mas habiéndote entregado a Dios, creíste que por causa de Cristo El hizo todo esto por ti. Por la fe llegaste a ser de Cristo, y por la fe tienes que crecer en El dando y tomando a la vez. Tienes que darle todo: el corazón, la voluntad, la vida, darte a El para obedecer todos sus requerimientos; y debes tomar todo: a Cristo, la plenitud de toda bendición, para que habite en tu corazón y para que sea tu fuerza, tu justicia, tu eterna ayuda, a fin de que te dé poder para obedecerle. RJ 251.3
Conságrate a Dios todas las mañanas; haz de esto tu primer trabajo. Sea tu oración: “Tómame ¡oh Señor! como enteramente tuyo. Pongo todos mis planes a tus pies. Usame hoy en tu servicio. Mora conmigo y sea toda mi obra hecha en ti”. Este es un asunto diario. Cada mañana conságrate a Dios por ese día. Somete todos tus planes a El, para ponerlos en práctica o abandonarlos según te lo indicare su providencia. Sea puesta así tu vida en las manos de Dios y será cada vez más semejante a la de Cristo. RJ 251.4
La vida de Cristo es una vida de reposo. Puede no haber éxtasis de la sensibilidad, pero debe haber una confianza continua y apacible. Tu esperanza no está en ti; está en Cristo. Tu debilidad está unida a su fuerza, tu ignorancia a su sabiduría, tu fragilidad a su eterno poder. Así que no debes mirarte a ti mismo, ni depender de ti, sino mira a Cristo. Piensa en su amor, en su belleza y en la perfección de su carácter. Cristo en su abnegación, Cristo en su humillación, Cristo en su pureza y santidad, Cristo en su incomparable amor: esto es lo que debe contemplar el alma. Amándole, imitándole, dependiendo enteramente de El, es como serás transformado a su semejanza.—El Camino a Cristo, 68-70. RJ 251.5