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“¡Crucifícalo! ¡crucifícalo!” UE 123

Profundamente conmovido por la paciencia silenciosa del Salvador, Pilato pidió que Barrabás fuera traído a la sala de juicio; entonces presentó a los dos presos juntos. Señalando al Salvador, dijo con voz de solemne súplica: “¡Este es el hombre!” “Mirad, os lo traigo fuera para que entendáis que ningún delito hallo en él”. Juan 19:5, 4. UE 123.4

Allí estaba el Hijo de Dios, vestido con el manto del escarnio y ceñido con la corona de espinas. Desnudo hasta la cintura, sus espaldas mostraban grandes y largas heridas de las cuales fluía la sangre copiosamente. Su rostro estaba ensangrentado, y tenía las señales del agotamiento y el dolor; pero nunca había parecido más hermoso. Cada rasgo expresaba bondad y resignación, y la más tierna piedad por sus crueles verdugos. UE 123.5

¡Qué notable contraste entre él y el prisionero que se hallaba a su lado! Cada detalle del semblante de Barrabás mostraba que era el endurecido rufián que todos conocían. UE 124.1

Entre los espectadores había algunos que simpatizaban con Jesús. Aun los sacerdotes y los príncipes de los judíos estaban convencidos de que era lo que decía ser. Pero no querían rendirse. Habían inducido a la turba a una furia loca, y de nuevo los sacerdotes, los príncipes y el pueblo elevaron el terrible grito: UE 124.2

“¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!” UE 124.3

Por fin, perdiendo toda paciencia ante su crueldad irrazonable y vengadora, Pilato les dijo: UE 124.4

“Tomadlo vosotros y crucificadlo, porque yo no hallo delito en él”. Juan 19:6. UE 124.5