La salud es una bendición cuyo valor pocos aprecian; no obstante, de ella depende en gran medida, la eficiencia de nuestras facultades mentales y físicas. Nuestros impulsos y nuestras pasiones tienen su asiento en el cuerpo, y este debe ser mantenido en la mejor condición física y bajo las influencias más espirituales para dar el mejor uso a nuestras aptitudes. Todo lo que disminuye la fuerza física, debilita la mente y la hace menos capaz de discernir entre el bien y el mal. MJ 165.1
El uso indebido de nuestras facultades físicas acorta el tiempo en que nuestra vida puede ser usada para la gloria de Dios y nos incapacita para llevar a cabo la obra que Dios nos ha encomendado. Al dar lugar a la formación de malos hábitos, quedándonos levantados hasta altas horas de la noche, satisfaciendo el apetito a expensas de la salud, echamos el cimiento de la debilidad [...]. MJ 165.2
Los que así acortan su vida y se incapacitan para el servicio por no respetar las leyes naturales, son culpables de robar a Dios. Y también roban a sus semejantes. Por su conducta han cercenado la oportunidad de beneficiar a otros, la obra misma para la cual Dios los mandó al mundo. Y se han malogrado para hacer hasta aquello que pudieran haber realizado en un período más breve de tiempo. El Señor nos considera culpables cuando, por nuestros hábitos dañinos, privamos del bien que podríamos hacerle al mundo.—The Review and Herald, 20 de junio de 1912. MJ 165.3