Como los patriarcas de la antigüedad, los que profesan amar a Dios deberían erigir un altar al Señor dondequiera que se establezcan. Si alguna vez hubo un tiempo cuando todo hogar debería ser una casa de oración, es ahora. Los padres y las madres deberían elevar su corazón a menudo hacia Dios para suplicar humildemente por ellos mismos y por sus hijos. Que el padre, como sacerdote de la familia, ponga sobre el altar de Dios el sacrificio de la mañana y de la noche, mientras la esposa y los niños se le unen en oración y alabanza. Jesús se complacerá en morar en un hogar como este. MJ 230.1
De todo hogar cristiano debería irradiar una santa luz. El amor debe expresarse en hechos. Debería manifestarse en todas las relaciones del hogar y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave y desinteresada cortesía. Hay hogares donde se pone en práctica este principio, hogares donde se adora a Dios, y donde reina el amor verdadero. De estos hogares, de mañana y de noche, la oración asciende hacia Dios como un dulce incienso, y las misericordias y las bendiciones de Dios descienden sobre los suplicantes como el rocío de la mañana. MJ 230.2
Un hogar piadoso bien dirigido constituye un argumento poderoso en favor de la religión cristiana, un argumento que el incrédulo no puede negar. Todos pueden ver que una influencia actúa en la familia y afecta a los hijos, y que el Dios de Abraham está con ellos.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 144. MJ 230.3