El deber más sublime que incumbe a las jóvenes es el que han de cumplir en sus propios hogares al beneficiar a sus padres, sus hermanos y sus hermanas con afecto y verdadero interés. Allí es donde se puede manifestar abnegación y olvido propio, al cuidar a los demás y actuar en su favor. Nunca degradará este trabajo a una mujer. Es el cargo más sagrado y elevado que ella pueda ocupar. ¡Qué influencia puede ejercer una hermana sobre sus hermanos! Si ella vive correctamente, puede determinar cuál será el carácter de sus hermanos. Sus oraciones, su amabilidad y su afecto pueden valerle mucho en una familia. MJ 230.4
Hermana mía, estas nobles cualidades no pueden comunicarse a otras mentes, a menos que existan primero en la propia. El contentamiento de espíritu, el afecto, la amabilidad y la alegría del genio que manifieste a todo corazón le devolverán lo que usted dé a los demás. Si Cristo no reina en el corazón, habrá descontento y deformidad moral. El egoísmo requerirá de los demás lo que no estamos dispuestos a darles. MJ 231.1
No son solamente las obras y las batallas grandes las que prueban el temple y exigen valor. La vida diaria causa perplejidades, pruebas y desalientos. Es el trabajo humilde el que con frecuencia exige paciencia y fortaleza. Se necesitará confianza propia y resolución para afrontar y vencer todas las dificultades. Asegúrese de que el Señor esté con usted, para que sea en todo lugar su consuelo.—Joyas de los Testimonios 1:296, 297. MJ 231.2