Existe la necesidad de examinarse íntimamente y de preguntarse a la luz de la Palabra de Dios: “¿Soy íntegro o corrupto de corazón? ¿Estoy renovado en Cristo o soy todavía carnal de corazón, cubierto solo exteriormente con un vestido nuevo?” Acérquense al tribunal de Dios y observen, como a la luz de Dios, si hay algún pecado secreto, alguna iniquidad, algún ídolo que no hayan sacrificado. Oren, sí, oren como nunca antes para que no sean engañados por lo ardides de Satanás; para que no se entreguen a un espíritu descuidado, indiferente, vano y presten atención a los deberes religiosos para acallar la propia conciencia [...]. MJ 58.3
Uno de los pecados que constituyen una de las señales de los últimos días es que los cristianos profesos son amadores de los placeres más que de Dios. Traten sinceramente con sus propios seres. Investiguen cuidadosamente. Cuán pocos, después de un examen fiel, pueden levantar la vista al cielo y decir: “No soy uno de los así descritos. No soy un amador del placer más que de Dios”. Cuán pocos pueden decir: “Estoy muerto para el mundo; la vida que ahora vivo es por la fe del Hijo de Dios. Mi vida está escondida con Cristo en Dios, y cuando aquel que es mi vida aparezca, yo también apareceré con él en gloria”. MJ 58.4
¡El amor y la gracia de Dios! ¡Oh preciosa gracia, más valiosa que el oro fino! Eleva y ennoblece el espíritu por encima de todos los demás principios. Coloca el corazón y los afectos en el cielo. Mientras los que nos rodean se ocupan en vanidades mundanas, placeres y frivolidades, nuestra conversación está en el cielo, de donde esperamos al Salvador; el ser se dirige a Dios para obtener perdón y paz, justicia y verdadera santidad. El trato con Dios y la contemplación de las cosas de arriba transforman el alma a la semejanza de Cristo.—The Review and Herald, 11 de mayo de 1886. MJ 59.1