De todo hogar cristiano debe irradiar una santa luz. El amor ha de expresarse en hechos. Necesita manifestarse en todas las relaciones del hogar y revelarse en una amabilidad atenta, en una suave y desinteresada cortesía. Hay hogares donde se pone en práctica este principio, hogares donde se adora a Dios y donde reina el amor verdadero. De estos hogares, mañana y noche, la oración asciende hacia Dios como un dulce incienso, y las misericordias y las bendiciones de Dios descienden sobre los suplicantes como el rocío de la mañana.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 140 (1890). 1MCP 183.1