Mejor que cualquier herencia de riquezas que ustedes puedan dejar a sus hijos será la dádiva de un cuerpo sano, una mente sana y un carácter noble. Quienes comprendan lo que constituye el verdadero éxito de la vida serán sabios a tiempo. Al establecer un hogar recordarán las mejores cosas de la vida. En vez de vivir donde solo pueden verse las obras de los hombres y donde lo que se ve y se oye sugiere a menudo malos pensamientos, donde el alboroto y la confusión producen cansancio e inquietud, vayan a vivir donde puedan contemplar las obras de Dios. Encuentren la paz del espíritu en la belleza, quietud y solaz de la naturaleza. Descansen la vista en los campos verdes, las arboledas y los collados. Miren hacia arriba, al firmamento azul que el polvo y el humo de las ciudades no oscurecieron, y respiren el aire restaurador del cielo. Acudan adonde, lejos de las distracciones y disipaciones de la vida de la ciudad, puedan dar su compañerismo a sus hijos y enseñarles a conocer a Dios por medio de sus obras y prepararlos para una vida de integridad y utilidad.—El Ministerio de Curación, 284 (1905). 1MCP 184.3