La atención más cuidadosa a los elementos externos de la vida no basta para excluir toda inquietud, juicio severo y palabra inadecuada. Nunca se revelará verdadero refinamiento mientras se tenga al yo como objeto supremo. El amor debe morar en el corazón. Un cristiano cabal encuentra sus motivos de acción en su amor hacia su Maestro. De las raíces de su afecto por Cristo brota un interés abnegado en sus hermanos. El amor imparte a su poseedor gracia, propiedad y dignidad de comportamiento. Ilumina el rostro y enternece la voz, refina y eleva todo el ser.—Obreros Evangélicos, 129 (1915). 1MCP 214.2