El amor de Cristo es profundo y ferviente, y mana como una corriente incontenible hacia todos los que quieran aceptarlo. En este amor no hay egoísmo. Si este amor de origen celestial es un principio permanente en el corazón, se dará a conocer no solo a aquellos con quienes estamos más vinculados por amor en una relación sagrada, sino a todos con quienes nos relacionamos. Nos guiará a prestar pequeñas atenciones, a hacer concesiones, a realizar actos de bondad, a pronunciar palabras tiernas, veraces, animadoras. Nos impulsará a solidarizarnos con aquellos cuyos corazones anhelan amor.—5SDA-BC 1114 (1899). 1MCP 214.1