Por elevada que sea la profesión de fe, aquel cuyo corazón no está lleno de amor a Dios y a sus semejantes, no es verdadero discípulo de Cristo. Aunque posea una fe grande y tenga poder hasta de realizar milagros, si no tiene amor, su fe no valdrá nada. Podrá manifestar mucha generosidad; pero si el motivo de sus acciones no es el amor genuino, aunque dé todos sus bienes para alimentar a los pobres, no merecerá el favor de Dios. En su celo podrá hasta enfrentar el martirio, pero si no obra por amor, Dios lo considerará un engañado entusiasta o un hipócrita ambicioso.—Los Hechos de los Apóstoles, 262, 263 (1911). 1MCP 245.3