La prueba de nuestro amor está en un espíritu semejante al de Cristo, buena voluntad para impartir las cosas buenas que Dios nos dio, disposición para practicar la abnegación y el sacrificio propio a fin de ayudar en el avance de la causa de Dios y a la humanidad sufriente. Nunca deberíamos pasar de largo junto al objeto que apela a nuestra generosidad. Revelamos que hemos pasado de muerte a vida cuando actuamos como fieles mayordomos de la gracia de Dios. Dios nos ha dado sus bienes; nos ha dado la promesa de que si somos fieles en nuestra mayordomía, depositaremos en el cielo tesoros que son imperecederos.—The Review and Herald, 15 de mayo de 1900. 1MCP 245.2