Muchos abrigan la idea de que un hombre puede practicar cualquier cosa que él crea concienzudamente que es correcto. Pero la pregunta es: ¿Tiene ese hombre una buena conciencia, bien instruida, o tiene una conciencia con prejuicios y distorsionada por sus propias opiniones preconcebidas? La conciencia no ha de tomar el lugar de un “así dice el Señor”. No todas las conciencias armonizan entre sí, ni son igualmente inspiradas. Algunas conciencias están muertas, cauterizadas como con un hierro candente. Los hombres pueden estar concienzudamente equivocados así como concienzudamente en lo correcto. Pablo no creía en Jesús de Nazaret, y persiguió a los cristianos de ciudad en ciudad, creyendo realmente que estaba sirviendo a Dios.—Carta 4, 1889. 1MCP 320.3