Todos deben ministrar. Él [el que ministra] debe usar cada facultad física, moral y mental por medio de la santificación del Espíritu para que pueda colaborar con Dios. Todos están moralmente obligados a dedicarse activamente y sin reservas al servicio de Dios. Deben cooperar con Jesucristo en la gran obra de ayudar a otros. Cristo murió por cada ser humano. Ha rescatado a cada uno dando su vida en la cruz. Hizo esto para que el hombre no viviera una vida egoísta y sin objetivo, sino para que pudiera vivir para Jesucristo quien murió por su salvación. No todos están llamados a entrar en el ministerio, y sin embargo deben ministrar a otros. Es un insulto para el Espíritu Santo de Dios el que alguien prefiera una vida de complacencia propia.—Carta 10, 1897; Comentario Bíblico Adventista 4:1181. 1MCP 342.4