David notaba que aunque había sido recta la vida de algunos mientras disfrutaban de la fuerza de la juventud, al sobrevenirles la vejez parecían perder el dominio propio. Satanás intervenía y guiaba su mente, volviéndolos inquietos y descontentos. Veía que muchos ancianos parecían abandonados por Dios y se exponían al ridículo y al oprobio de los enemigos de él. 2MCP 388.4
David quedó profundamente conmovido y se angustiaba al pensar en su propia vejez. Temía que Dios lo abandonara y que, al ser tan desdichado como otras personas ancianas cuya conducta había notado, quedara expuesto al oprobio de los enemigos del Señor. Sintiendo esta preocupación, rogó fervientemente: “No me deseches en el tiempo de la vejez; cuando mi fuerza se acabe, no me desampares [...]. Me enseñaste, Dios, desde mi juventud, y hasta ahora he manifestado tus maravillas. Aun a la vejez y las canas, Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, tu podencia a todos los que han de venir”. Salmos 71:9, 17-18. David sentía la necesidad de precaverse contra los males que acompañan a la senectud.—Joyas de los Testimonios 1:172, 173 (1864). 2MCP 389.1