Y el Espíritu dijo a Felipe: Acércate y júntate a ese carro. Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? Hechos 8:29, 30. RP 279.1
Dios mira hacia abajo desde su trono, y envía a sus ángeles a esta tierra para cooperar con los que enseñan la verdad. Lea el registro de la experiencia de Felipe y el eunuco. “Un ángel del Señor habló a Felipe, diciendo: Levántate y ve hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto. Entonces él se levantó y fue. Y sucedió que un etíope, eunuco, funcionario de Candace reina de los etíopes, el cual estaba sobre todos sus tesoros, y había venido a Jerusalén para adorar, volvía sentado en su carro, y leyendo al profeta Isaías”. Hechos 8:26-28. RP 279.2
El incidente muestra el cuidado que el Señor tiene por cada persona que acepta la verdad. Podemos ver cuán íntimamente está relacionado el ministerio de los ángeles celestiales con la obra de los siervos del Señor en la tierra. RP 279.3
A Felipe se le infundió el deseo de entrar en lugares nuevos, y de abrir camino. Un ángel, que estaba observando toda oportunidad posible de relacionar a los hombres con sus semejantes, le dio las instrucciones. Felipe fue enviado “hacia el sur, por el camino que desciende de Jerusalén a Gaza, el cual es desierto”. Hechos 8:26. Esto lo puso en contacto con un hombre de mucha influencia, quien, una vez convertido, comunicaría a otros la luz de la verdad. El Señor, obrando por medio de Felipe, hizo que el hombre se convenciera de la verdad, y fuera convertido y bautizado. El fue un oyente del camino, un hombre de buena posición, que ejercería una fuerte influencia en favor de la verdad. RP 279.4
Hoy, al igual que entonces, los ángeles del cielo están esperando para guiar a los hombres a sus semejantes. Un ángel le mostró a Felipe dónde encontrar a este hombre que estaba listo para recibir la verdad, y hoy los ángeles de Dios guiarán y dirigirán los pasos de los obreros que permitan que el Espíritu Santo santifique sus lenguas y refine y ennoblezca sus corazones.—The Review and Herald, 20 de abril de 1905. RP 279.5