Y entró el rey para ver a los convidados, y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda. Y le dijo: Amigo, ¿cómo entraste aquí, sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció. Mateo 22:11, 12. RP 299.1
Descarte sus ropas comunes, y póngase el vestido de boda que Cristo preparó. Entonces podrá sentarse en los lugares celestiales con Cristo Jesús. Dios da la bienvenida a todo el que viene a él así como está, no edificándose en justicia propia, ni buscando justificarse a sí mismo, tampoco pretendiendo méritos por las así llamadas buenas acciones ni siendo orgulloso de su supuesto conocimiento. Mientras camina y trabaja con mansedumbre y humildad de corazón, se realiza una obra por usted, la cual sólo Dios podría hacer: El es quien obra tanto el querer como el hacer por su buena voluntad. Esta buena voluntad es verlo a usted habitando en Cristo y descansando en su amor. RP 299.2
No permita que ninguno le robe la paz, el descanso y la certeza de que ahora mismo usted ha sido aceptado. Aférrese a cada promesa; todas son suyas si cumple con las exigencias. El secreto del perfecto descanso en su amor es la completa entrega de uno mismo, y la aceptación de los caminos de Cristo. RP 299.3
El descanso, ¿quién lo tiene? Se lo logra cuando ponemos a un lado toda justificación propia y todo razonamiento desde el punto de vista egoísta. El secreto del perfecto descanso en su amor es la completa entrega propia, y la aceptación de sus caminos. Debemos aprender su mansedumbre y humildad antes de poder experimentar el cumplimiento de la promesa: “Y hallaréis descanso para vuestras almas”. Mateo 11:29. Cuando aprendemos los hábitos de Cristo, el yo se transforma, y, al tomar su yugo, estaremos dispuestos a aprender. RP 299.4
Entregar la vida a Cristo significa más de lo que muchos suponen. Dios requiere una entrega completa. No podemos recibir el Espíritu Santo hasta que quebremos todo yugo que nos ate a nuestros rasgos objetables de carácter. Estos son los grandes impedimentos para llevar el yugo de Cristo y aprender de él. No hay nadie que no tenga mucho para aprender. Todos deben ser adiestrados por Cristo.—The Review and Herald, 25 de abril de 1899. RP 299.5