Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos, amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia. Colosenses 3:12. RP 76.1
El Capitán de nuestro salvación no reclamó para sí ninguna posición honrosa. En cambio, tomó la forma de siervo para que la humanidad pudiera relacionarse con la divinidad. El hombre debe representar a Cristo. Para ello, necesita ser paciente con sus congéneres, perdonador y lleno de un amor semejante al de Cristo. El que está verdaderamente convertido manifestará respeto por sus hermanos y estará dispuesto a proceder como el Señor lo ordenó. Jesús dijo: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros”. Juan 13:34, 35. El creyente en quien abunda el amor de Dios manifestará tal expresión de ese amor que será comprendido por el mundo... RP 76.2
No todo el que habla de Cristo es uno con él. Los que no tienen el Espíritu y la gracia de Jesús no son suyos, no importa lo que profesen. Por sus frutos los conoceréis. Las prácticas y costumbres que siguen los dictados del mundo no promueven los principios de la ley de Dios. Y por no tener el aliento de su Espíritu, tampoco expresan su carácter. La semejanza a Cristo será revelada únicamente por los que se asemejan a la imagen divina. Sólo los que son modelados mediante el Espíritu Santo, pueden llegar a ser hacedores de la Palabra. Esta los pone en condiciones de dar a conocer la mente y la voluntad de Dios. RP 76.3
En el mundo existe una falsificación del cristianismo genuino. El verdadero espíritu del hombre se da a conocer por el modo como éste se relaciona con su prójimo. Podemos preguntar: ¿Representa el carácter de Cristo en espíritu y en acción, o simplemente es una manifestación natural del carácter egoísta, propio de los que pertenecen al mundo? La simple profesión de fe no significa nada para Dios. Antes que sea demasiado tarde para rectificar la conducta equivocada, que cada uno se pregunte: ¿Quién soy yo? Depende de nosotros mismos desarrollar el carácter que nos permita integrar la familia celestial, la realeza de Dios.—The Review and Herald, 9 de abril de 1895. RP 76.4