Hobart, Tasmania,
1 de mayo de 1895
Porque la iniquidad abunda, el amor de muchos se resfriará. Hay muchos que han dejado atrás su fe adventista. Están viviendo para el mundo y mientras expresan el deseo de su corazón, “mi Señor tarda en venir”, están golpeando a sus consiervos. Hacen esto por la misma razón por la cual Caín mató a Abel. Abel había decidido adorar a Dios de acuerdo con las instrucciones que Dios le había dado. Esto desagradó a Caín. El pensó que sus propios planes eran mejores, y que el Señor se avendría a su procedimiento. Caín en su ofrenda no reconoció su dependencia de Cristo. Pensó que su padre Adán había sido tratado duramente al ser expulsado del Edén. La idea de conservar ese pecado siempre presente y ofrecer la sangre del cordero inmolado como confesión de entera dependencia de un poder ajeno a sí mismo, era una tortura para el soberbio espíritu de Caín. Siendo él mayor, creyó que Abel debía seguir su ejemplo. Cuando la ofrenda de Abel fue aceptada por Dios, y el fuego santo consumió el sacrificio, el enojo de Caín no tuvo límites. El Señor condescendió en explicarle las cosas, pero él no quiso reconciliarse con Dios, y aborreció a Abel porque Dios le manifestó su favor. Se enojó tanto que mató a su hermano. TM 77.1
El Señor tiene una controversia con todos los hombres que por su incredulidad y sus dudas han estado diciendo que él demora su venida, y han estado golpeando a sus consiervos, comiendo y bebiendo con los borrachos (es decir, guiándose por los mismos principios que ellos); están ebrios, pero no con vino; tambalean, pero no a causa de bebida fuerte. Satanás ha controlado su razón, y no saben en qué están tropezando. TM 78.1
Tan pronto como un hombre se separa de Dios, de manera que su corazón deja de estar bajo el poder suavizador del Espíritu Santo, los atributos de Satanás se revelan en él, y comienza a oprimir a sus semejantes. Emana de él una influencia que es contraria a la verdad y la justicia. Esta disposición se manifiesta en nuestras instituciones, no sólo en la relación de los obreros entre sí, sino en el deseo manifestado por una institución de dominar a todas las otras. [veasé el Apéndice.] Hombres a quienes se les han confiado pesadas responsabilidades, pero que no tienen una relación viva con Dios, han estado y están haciendo afrenta a su Santo Espíritu. Están albergando el mismo espíritu que tenían Coré, Datán y Abiram y los judíos en los días de Cristo. Véase Mateo 12:22-29, 31-37. Una y otra vez han llegado amonestaciones de parte de Dios para estos hombres, pero ellos las han hecho a un lado y han continuado con la misma conducta. TM 78.2
Leed las palabras de Cristo que se hallan en (Mateo 23:23): “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello”. Estas denuncias se dan como una amonestación a todos aquellos que “por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad”. Ellos dicen: Estamos decididos a hacer todas estas cosas. Dicen también: “Si hubiésemos vivido en los días de nuestros padres, no hubiéramos sido sus cómplices en la sangre de los profetas. Así que—dijo Jesús—, dais testimonio contra vosotros mismos, de que sois hijos de aquellos que mataron a los profetas”. ¡Qué lecciones encontramos aquí! ¡Cuán terribles y decisivas! Jesús dijo: “Por tanto, he aquí yo os envío profetas y sabios y escribas; y de ellos, a unos mataréis y crucificaréis, y a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y perseguiréis de ciudad en ciudad”. Esta profecía fue literalmente cumplida por los judíos en la forma de tratar a Jesús y a los mensajeros que Dios les envió. ¿Seguirán los hombres en estos últimos días el ejemplo de aquellos a quienes Cristo condenó? TM 79.1
Ellos no han cumplido todavía en forma plena estas terribles predicciones, pero si el Señor les conserva la vida, y alimentan el mismo espíritu que señaló su conducta antes y después de la reunión de Minneápolis, [veasé el Apéndice.] llenarán también la medida de aquellos a quienes Cristo condenó cuando estaba en la tierra. TM 79.2
Los peligros de los últimos días están sobre nosotros. Satanás controla toda mente que no se halla en forma decidida bajo el gobierno del Espíritu de Dios. Algunos han estado cultivando odio contra los hombres a quienes Dios ha comisionado para presentar un mensaje especial al mundo. Comenzaron esta obra satánica en Minneápolis. Más tarde, cuando vieron y sintieron la demostración del Espíritu Santo que testificaba que el mensaje era de Dios, lo odiaron aún más, porque era un testimonio contra ellos. No quisieron humillar sus corazones para arrepentirse, para dar gloria a Dios y reivindicar la justicia. Continuaron con el mismo espíritu, llenos de envidia, de celos y de malas sospechas, como los judíos. Abrieron sus corazones al enemigo de Dios y del hombre. Sin embargo, estos hombres han estado ocupando puestos de confianza y han estado modelando la obra a su propia semejanza, hasta el punto en que les fue posible... TM 79.3
Los que ahora son primeros, que han sido infieles a la causa de Dios, pronto serán los últimos, a menos que se arrepientan. A menos que se apresuren en caer sobre la Roca para ser quebrantados, y nazcan de nuevo, el espíritu que ha sido cultivado continuará cultivándose. La dulce voz de la misericordia no será reconocida por ellos. La religión de la Biblia, en privado y en público, es para ellos una cosa del pasado. Han estado celosamente arengando contra el entusiasmo y el fanatismo. La fe que pide a Dios que alivie el sufrimiento humano, la fe que Dios ha encarecido a su pueblo que ejerza, es llamada fanatismo. Pero si hay algo sobre la tierra que debe inspirar a los hombres un celo santificado, es la verdad como es en Jesús; es la grandiosa obra de la redención; es Cristo, hecho para nosotros sabiduría, y justicia, y santificación y redención. TM 80.1
El Señor ha manifestado reiteradamente en su providencia que nada que no sea la verdad revelada, la Palabra de Dios, puede rescatar al hombre del pecado o guardarlo de la transgresión. Esa Palabra que revela la culpa del pecado tiene un poder sobre el corazón humano para hacer al hombre justo y para conservarlo en esa condición. El Señor ha dicho que su Palabra ha de ser estudiada y obedecida; ha de ser llevada a la vida práctica; esa Palabra es tan inflexible como el carácter de Dios: es la misma ayer, y hoy y por los siglos. TM 80.2
Si hay algo en nuestro mundo que debe inspirar entusiasmo, es la cruz del Calvario. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él”. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Cristo ha de ser aceptado, creído y exaltado. Este ha de ser el tema de la conversación: el precioso carácter de Cristo. TM 81.1
Hay en Battle Creek una clase de hermanos que tienen la verdad implantada en el corazón. Esta es para ellos el poder de Dios para salvación. Pero a menos que la verdad sea entronizada en el corazón, y se dé el paso fundamental de las tinieblas a la luz, los que manejan sagradas responsabilidades son ministros de las tinieblas, ciegos guías de ciegos, “nubes sin agua, llevadas de acá para allá por los vientos; árboles otoñales, sin fruto, dos veces muertos y desarraigados”. Dios exige que cada alma que invoca su nombre tenga la verdad entronizada en el corazón. El tiempo en que vivimos lo exige. La eternidad lo demanda. La religión pura nos lo impone. TM 81.2