Hijitos míos, estas cosas os escribo, para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo. 1 Juan 2:1. NEV 51.1
¡Cuán cuidadoso es el Señor Jesús al no dar ocasión al alma para que desespere! ¡Cómo protege al alma de los fieros ataques de Satanás! Si caemos en pecado por una sorpresa o engaño, a causa de las múltiples tentaciones, él no se aleja de nosotros y nos abandona para que perezcamos. No, no, nuestro Salvador no hace eso. ... El fué tentado en todas las cosas así como nosotros; y como fué tentado, él sabe cómo socorrer a aquellos que lo son. Nuestro Señor crucificado ruega por nosotros ante la presencia del Padre en el trono de gracia. Debemos invocar su sacrificio expiatorio para nuestro perdón, nuestra justificación y nuestra santificación. El cordero sacrificado es nuestra única esperanza. Nuestra fe lo contempla, y se ase a él como el único que puede salvar hasta lo sumo, y la fragancia de la ofrenda perfecta es aceptada por el Padre.—Carta 33, 1895. NEV 51.2
Si cometéis errores y sois inducidos a pecar, no creáis que no podéis orar, sino buscad al Señor más fervientemente.—Carta 6, 1893, pp. 6. NEV 51.3
La sangre de Jesús ruega con poder y eficacia por aquellos que se han descarriado, por aquellos que están en rebelión, por aquellos que pecan contra la abundante luz y el amor. Satanás está a nuestra mano derecha dispuesto a acusarnos, y nuestro Abogado está a la mano derecha de Dios listo para interceder por nosotros. Nunca ha perdido un caso que le haya sido encomendado. Debemos confiar en nuestro abogado, porque él presenta sus propios méritos en nuestro favor. ... El está intercediendo por los más humildes, por los más sufrientes, por los que pasan mayores pruebas y tentaciones. Con sus manos extendidas él exclama: “He aquí que en las palmas te tengo esculpida”. Isaías 49:16.—The Review and Herald, 15 de agosto de 1893. NEV 51.4
Yo quisiera poder hacer llegar las buenas nuevas hasta los rincones más remotos de la tierra. “Si alguno hubiere pecado, Abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo”. ¡Oh, preciosa redención! ¡Cuán grande es esta verdad: de que Dios, por el amor de Cristo, nos perdona en el mismo momento en que se lo pedimos con fe viva, creyendo que él puede hacerlo plenamente!—The Review and Herald, 21 de septiembre de 1886. NEV 51.5