La ira abre el corazón a Satanás—Pero los que por cualquier supuesta provocación se sienten libres para ceder a la ira o al resentimiento, están abriendo el corazón a Satanás. La amargura y animosidad deben ser desterradas del alma si queremos estar en armonía con el cielo.—El Deseado de Todas las Gentes, 277 (1898). 2MCP89 534.1
Siervos del pecado—“¿No sabéis que a quien os prestáis vosotros mismos por siervos para obedecerle, sois siervos de aquel a quien obedecéis?” Romanos 6:16. Si cedemos a la ira, la concupiscencia, la codicia, el odio, el egoísmo, o algún otro pecado, nos hacemos siervos del pecado. “Ningún siervo puede servir a dos señores”. Lucas 16:13. Si servimos al pecado, no podemos servir a Cristo. El cristiano sentirá las incitaciones del pecado, porque la carne codicia contra el Espíritu; pero el Espíritu batalla contra la carne, manteniéndose en una lucha constante. Aquí es donde se necesita la ayuda de Cristo. La debilidad humana llega a unirse a la fortaleza divina, y la fe exclama: “Mas a Dios gracias, que nos da la victoria por el Señor nuestro Jesucristo”. 1 Corintios 15:57.—EC 121, 122 (1881). 2MCP89 534.2
Ira nacida de la sensibilidad moral—Es cierto que hay una indignación justificable, aun en los seguidores de Cristo. Cuando vemos que Dios es deshonrado y su servicio puesto en oprobio, cuando vemos al inocente oprimido, una justa indignación conmueve el alma. Un enojo tal, nacido de una moral sensible, no es pecado.—El Deseado de Todas las Gentes, 277 (1898). 2MCP89 535.1
La ira de Moisés—El haber roto las tablas de piedra era sólo una representación del hecho de que Israel había quebrantado el pacto que tan recientemente había hecho con Dios. El texto bíblico “Airaos, pero no pequéis”, se refiere a la justa indignación contra el pecado, que surge del celo por la gloria de Dios, y no al enojo promovido por la ambición del amor propio herido. Tal fue el enojo de Moisés.—Testimonios para los Ministros, 101 (1890). 2MCP89 535.2
La santa ira de Cristo—La indignación de Cristo iba dirigida contra la hipocresía, los groseros pecados por los cuales los hombres destruían su alma, engañaban a la gente y deshonraban a Dios. En el raciocinio especioso y seductor de los sacerdotes y gobernantes, él discernió la obra de los agentes satánicos. Aguda y escudriñadora había sido su denuncia del pecado; pero no habló palabras de represalia. Sentía una santa ira contra el príncipe de las tinieblas; pero no manifestó irritación. Así también el cristiano que vive en armonía con Dios, y posee los suaves atributos del amor y la misericordia, sentirá una justa indignación contra el pecado; pero la pasión no lo incitará a vilipendiar a los que lo vilipendien. Aun al hacer frente a aquellos que, movidos por un poder infernal, sostienen la mentira, conservará en Cristo la serenidad y el dominio propio.—El Deseado de Todas las Gentes, 572 (1898). 2MCP89 535.3
Hay quienes alimentan la ira—Muchos miran las cosas desde un lado oscuro; magnifican supuestos agravios, alimentan su ira, y se llenan de sentimientos de venganza y odio, cuando en verdad no hay una causa real para esos sentimientos... Resistan esos sentimientos, y experimentarán un gran cambio en su relación con sus semejantes.—The Youth’s Instructor, 10 de noviembre de 1886. 2MCP89 535.4
La impaciencia produce una cosecha funesta—¡Cuánto daño producen en el círculo familiar las palabras impacientes, pues una expresión de impaciencia de parte de uno de los miembros induce a otro a contestar de la misma manera y con el mismo espíritu! Luego vienen las palabras de represalia, y las de justificación propia, con las que se fragua un yugo pesado y amargo para vuestra cerviz; porque todas esas palabras acerbas volverán a vuestra alma en funesta cosecha.—El hogar adventista, 398, 399 (1894). 2MCP89 536.1
Palabras duras hieren el corazón mediante el oído, despiertan las peores pasiones del alma y tientan a hombres y mujeres a violar los Mandamientos de Dios... Las palabras son como semillas implantadas.—El hogar adventista, 399 (1894). 2MCP89 536.2
Entre los miembros de muchas familias se sigue el hábito de hablar con descuido, o para atormentar a otros, y la costumbre de decir palabras duras se fortalece a medida que se cede a ella. Así se dicen muchas cosas objetables que concuerdan con el espíritu de Satanás y no con el de Dios... Las quemantes palabras de ira no debieran ser pronunciadas, porque delante de Dios y de los santos ángeles son como una especie de blasfemia.—El hogar adventista, 399 (1894). 2MCP89 536.3
Los tres primeros años de la vida del niño—Permítase que el egoísmo, la ira y la terquedad sigan su curso durante los primeros tres años de la vida de un niño, y será difícil ayudarlo a someterse a una disciplina saludable. Su disposición ha llegado a ser descontenta, su deleite es hacer su propia voluntad y el control paterno le resulta desagradable. Estas malas tendencias crecen con el desarrollo del niño, hasta que en la virilidad el egoísmo supremo y una falta de autocontrol lo colocan a merced de los males que corren a rienda suelta en nuestro mundo.—La Temperancia, 157 (1877). 2MCP89 536.4
No disciplinemos cuando estemos enojados—Dios considera con ternura a los niños. Quiere que ganen victorias cada día. Tratemos que los niños sean vencedores. No permitamos que las ofensas dirigidas hacia ellos provengan de los miembros de su propia familia. No permitamos que nuestras acciones y palabras sean de tal naturaleza que provoquen a ira a nuestros hijos. Deben ser fielmente disciplinados y corregidos cuando hacen algo malo, pero no lo hagamos nunca cuando estemos enojados.—Manuscrito 47, 1908. 2MCP89 537.1
Un padre cede a la ira delante de su hijo, y después se pregunta por qué es tan difícil controlarlo. Pero, ¿qué podría esperar? Los niños son traídos para imitar, y no hacen sino poner en práctica las lecciones que les enseñaron sus padres mediante sus explosiones de ira... 2MCP89 537.2
Usted puede haberse visto obligado a castigar con la vara a su hijo. Esto a veces es esencial. Pero nunca lo castigue cuando está enojado. Corregirlo de esa manera equivale a cometer dos errores al tratar de reparar uno. Postergue el castigo hasta que haya hablado con usted mismo y con Dios. Pregúntese: ¿He sometido mi voluntad a la de Dios? ¿Estoy donde él me puede controlar? Pídale perdón a Dios por transmitirle a su hijo una actitud tan difícil de manejar. Pídale que le dé sabiduría para tratar con su hijo descarriado de manera que pueda acercarlo a usted y a su Padre celestial.—The Review and Herald, 8 de julio de 1902. 2MCP89 537.3
Las emociones violentas ponen la vida en peligro—Ceder a las emociones violentas pone en peligro la vida. Muchos mueren víctimas de una explosión de rabia y pasión. Muchos se adiestran para caer en esas explosiones. Lo podrían impedir si quisieran, pero eso requiere fuerza de voluntad para contrarrestar una conducta equivocada. Todo esto debe ser parte de la educación que recibimos en la escuela, porque somos propiedad de Dios. El sagrado templo de nuestro cuerpo debe mantenerse puro y sin contaminación, para que el Espíritu Santo de Dios more en él.—Nuestra Elavada Vocacion, 267 (1897). 2MCP89 537.4
Cada explosión de ira da su fruto—Ha surgido gente sin dominio propio; no han puesto freno a su genio ni a su lengua; y algunos de los tales pretenden ser seguidores de Cristo, pero no lo son. Jesús no les dio tal ejemplo... Son irrazonables y no es fácil persuadirlos o convencerlos. No están sanos; momentáneamente Satanás los domina en forma plena. Cada una de estas manifestaciones de ira debilita el sistema nervioso y las facultades morales, y hace más difícil el dominio de la pasión frente a otra provocación.—HHD 144 (1886). 2MCP89 538.1
Intoxicado con la ira—¡Cómo se regocija Satanás cuando se le permite hacer que el alma se ponga al rojo blanco de enojo! Una mirada, un gesto, una entonación de la voz, pueden tomarse y utilizarse como una flecha de Satanás, para herir y envenenar el corazón que está abierto para recibirla. 2MCP89 538.2
La persona que le da lugar al espíritu de enojo queda tan intoxicada como aquel que ha llevado el vaso a sus labios. 2MCP89 538.3
Cristo considera el enojo como el asesinato... Las palabras apasionadas tienen sabor de muerte para muerte. El que las pronuncia no está cooperando con Dios para salvar a sus semejantes. En el cielo esta conducta perversa se coloca en la misma lista con el lenguaje soez. Mientras el odio permanezca en el alma no habrá ni una partícula del amor de Dios en ella.—Nuestra Elavada Vocacion, 237 (1901). 2MCP89 538.4
El malhumorado rara vez está contento—Nadie puede reducir tanto nuestra influencia como nosotros mismos cuando cedemos ante nuestro mal humor. El que es malhumorado por naturaleza, no sabe lo que es la verdadera felicidad, y rara vez está contento. Siempre espera llegar a una situación más favorable o cambiar su entorno para tener paz y reposo mental. Parece que su vida estuviera bajo el peso de cruces gravosas y muchas dificultades; en cambio, si hubiera dominado su mal humor y le hubiera puesto freno a su lengua, se podría haber evitado muchas incomodidades. Es la “blanda respuesta” la que “quita la ira”. La venganza jamás ha vencido a un enemigo. Un temperamento bien controlado ejerce una buena influencia sobre todo lo que lo rodea; pero “el que no gobierna su propio espíritu es como una ciudad derribada y sin muros”.—Testimonies for the Church 4:367, 368 (1879). 2MCP89 538.5
Es más fácil reprender delante de una multitud—Expresar sentimientos de reprensión en una gran reunión, dirigiéndose a todos, es mucho peor que ir a las personas que han hecho mal, y reprenderlas personalmente. El carácter ofensivo de este discurso severo, intolerante y denunciador en una gran reunión, es más grave a la vista de Dios que dirigir una reprensión personal e individual, peor aún cuando mayor es el número de oyentes y más general la censura. Es siempre más fácil dar expresión a los sentimientos ante una congregación, porque hay muchos presentes, que ir a los que yerran, y cara a cara con ellos presentarles abierta, franca y llanamente su mala conducta. 2MCP89 539.1
Pero introducir en la casa de Dios sentimientos duros contra los individuos, haciendo sufrir a todos los inocentes como culpables, es una manera de trabajar que Dios no aprueba y que hace más daño que bien.—Joyas de los Testimonios 2:118 (1880). 2MCP89 539.2
Demasiado a menudo ha ocurrido que se han pronunciado delante de la congregación discursos cargados de crítica y denuncia. No fomentan un espíritu de amor en la hermandad. No tienden a convertirlos en espirituales, ni a llevarlos a la santidad y al cielo, sino que despierta en sus corazones un espíritu de amargura. Esos sermones tan enfáticos, que hacen pedazos a los hombres, a veces son positivamente necesarios para despertar, alarmar y convencer. Pero a menos que sea evidente que hayan sido dictados por el Espíritu Santo, hacen mucho más mal que bien.—Testimonies for the Church 3:507, 508 (1880). 2MCP89 539.3
La razón es destronada por la ira (consejo a un hermano que se airaba fácilmente)—Yo espero que Ud. haga memoria cuidadosamente, y recuerde la primera tentación que tuvo de apartarse de las reglas del colegio. Analice con actitud crítica el carácter del gobierno de nuestra escuela. Las reglas que se aplicaron no eran demasiado estrictas. Pero se albergó la ira; por un momento se destronó a la razón, y el corazón cayó presa de una pasión ingobernable. Antes que se diera cuenta, Ud. había dado un paso que unas pocas horas antes no habría tomado bajo ninguna presión ni tentación. El impulso venció su razón, y Ud. ya no podía recordar ni el daño que se le había hecho ni el que se le podría llegar a hacer a una institución de Dios. Nuestra única salvaguardia en todas las circunstancias consiste en conservarnos siempre dueños de nosotros mismos con la fortaleza de Jesús, nuestro Redentor.—Testimonies for the Church 4:431 (1880). 2MCP89 539.4
Las represalias sólo producen malos resultados—Mucho mejor sería para nosotros sufrir bajo una falsa acusación que infligirnos la tortura de vengarnos de nuestros enemigos. El espíritu de odio y venganza tuvo su origen en Satanás, y sólo puede reportar mal a quien lo abrigue. La humildad del corazón, esa mansedumbre resultante de vivir en Cristo, es el verdadero secreto de la bendición. “Hermoseará a los humildes con la salvación”. Salmos 149:4.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 19, 20 (1896). 2MCP89 540.1
Cuando esté enojado, no hable—Los que se irritan con facilidad, no deben tomar represalias cuando se pronuncian palabras que los ofenden. Busquen a Dios en oración, pidiéndole que les muestre cómo trabajar por las almas que perecen en pecado. Los que se mantengan ocupados en esta obra, serán imbuidos de tal manera por el Espíritu de Dios, que sus modales, su voz y su vida entera serán una revelación de Cristo. Hagan la prueba, hermanos, hagan la prueba. Crucifiquen el yo, en lugar de tratar de crucificar a sus hermanos. “Si alguno quiere venir en pos de mí—dijo Jesús—, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Mateo 16:24.—Carta 11, 1905. 2MCP89 540.2
Hagamos frente a la ira con el silencio—Hay un poder maravilloso en el silencio. Cuando os hablen con impaciencia no repliquéis de la misma manera. Las palabras dirigidas en respuesta a uno que está enojado actúan generalmente como un látigo que acrecienta la furia de la ira. En cambio, pronto se disipa la ira si se le hace frente con el silencio. Frene el cristiano su lengua, resolviendo firmemente no pronunciar palabras ásperas e impacientes. Con la lengua frenada puede salir victorioso de cada prueba de la paciencia por la cual tenga que pasar.—Mensajes para los Jóvenes, 134 (1907). 2MCP89 540.3
Cultivemos un espíritu conciliador (consejo a alguien que necesitaba una actitud pacifista)—Con respecto a su actual relación con la iglesia, mi consejo sería que Ud. hiciera todo lo posible para ponerse en armonía con sus hermanos. Cultive una actitud amable y conciliadora, y no deje que sentimientos de venganza asalten su mente y su corazón. Disponemos de muy poco tiempo en este mundo; trabajemos para el tiempo y la eternidad. Sea diligente al asegurar su vocación y elección. Trate de no cometer ningún error con respecto a su título para un hogar en el reino de Cristo. Si su nombre está anotado en el libro de la vida del Cordero, todo estará bien con Ud. Esté dispuesto a confesar sus faltas y a abandonarlas, de manera que sus errores y pecados vayan a juicio antes de Ud., y sean borrados.—Testimonies for the Church 5:331 (1885). 2MCP89 541.1
El carácter incontrolable puede ser vencido—Las enseñanzas de Cristo, puestas en práctica en la vida, elevarán al hombre, por más bajo que sea el lugar que ocupe en la escala del valor moral de Dios. Los que luchan por subyugar los defectos naturales de sus caracteres, no podrán recibir la corona a menos que combatan legalmente; pero aquellos a quienes a menudo se ve en oración, en procura de la sabiduría que proviene de lo alto, se asemejarán a lo divino. Los modales toscos, el carácter incontrolable, serán sometidos a la obediencia de la ley divina.—Carta 316, 1908. 2MCP89 541.2
Resistan el enojo—Para esta gente hay sólo un remedio: un dominio propio positivo en toda circunstancia. El esfuerzo tendiente a colocarse en lugares favorables, donde la voluntad propia no sea molestada, puede tener éxito por un tiempo; pero Satanás sabe dónde encontrar a esas pobres almas, y las atacará en sus puntos débiles una y otra vez. Se sentirán continuamente perturbadas mientras sigan pensando en sí mismas... Pero hay esperanza para ellas. Poned esta vida, tan tormentosa debido a sus conflictos y dificultades, en relación con Cristo, y el yo no pretenderá más tener la supremacía...—HHD 144 (1886). 2MCP89 541.3
Deberían humillarse, diciendo con franqueza: “Me equivoqué. ¿Podría perdonarme? Porque Dios ha dicho que no debemos permitir que el sol se ponga sobre nuestro enojo”. Esta es la única manera segura de lograr la victoria. Muchos... alimentan su enojo y se llenan de sentimientos de venganza y de odio... Resistan esos sentimientos equivocados, y experimentarán un gran cambio en su relación con sus semejantes.—The Youth’s Instructor, 10 de noviembre de 1886; Sons and Daughters of God, 142. 2MCP89 542.1