El pensamiento engendra el hecho—El espíritu de odio y venganza tuvo origen en Satanás, y lo llevó a dar muerte al Hijo de Dios. Quienquiera que abrigue malicia u odio, abriga el mismo espíritu; y su fruto será la muerte. En el pensamiento vengativo yace latente la mala acción, así como la planta yace en la semilla. “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. 1 Juan 3:15.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 51 (1896). 2MCP89 543.1
El odio denigra—Se me mostró a Satanás tal como había sido antes: un ángel excelso y feliz. Después se me lo mostró tal como es ahora. Todavía tiene una regia figura. Todavía son nobles sus facciones, aunque es un ángel caído. Pero su semblante denota viva ansiedad, inquietud, desdicha, malicia, odio, falacia, engaño y todo linaje de mal... Vi que se viene dedicando al mal desde hace tanto tiempo que en él las buenas cualidades están degradadas, y todo rasgo malo se ha desarrollado.—Primeros Escritos, 152 (1882). 2MCP89 543.2
La historia del mundo: conflicto entre el odio y el amor—La enemistad de Satanás contra Cristo se ensañó con los discípulos del Salvador. En toda la historia puede echarse de ver el mismo odio a los principios de la Ley de Dios, la misma política de engaño, mediante la cual se hace aparecer el error como si fuese la verdad, se hace que las leyes humanas substituyan las leyes de Dios, y se induce a los hombres a adorar a la criatura antes que al Creador. Los esfuerzos de Satanás para desfigurar el carácter de Dios, para dar a los hombres un concepto falso del Creador y hacer que lo consideren con temor y odio más bien que con amor; sus esfuerzos para suprimir la Ley de Dios, y hacer creer al pueblo que no está sujeto a las exigencias de ella; sus engaños, han seguido con rigor implacable. Se pueden ver en la historia de los patriarcas, de los profetas y apóstoles, de los mártires y reformadores.—El Conflicto de los Siglos, 13 (1888). 2MCP89 543.3
La transgresión puso al hombre en armonía con Satanás—Cuando el hombre quebrantó la ley divina, su naturaleza se hizo mala y llegó a estar en armonía y no en divergencia con Satanás.—El Conflicto de los Siglos, 559 (1888). 2MCP89 544.1
Existirá odio mientras exista pecado—El odio a los principios puros de la verdad, las acusaciones y persecuciones contra sus defensores, existirán mientras existan el pecado y los pecadores. Los discípulos de Cristo y los siervos de Satanás no pueden congeniar.—El Conflicto de los Siglos, 561 (1888). 2MCP89 544.2
El reproche produce odio—El mismo espíritu que fomentara la rebelión en el cielo, continúa inspirándola en la tierra... La represión del pecado despierta aún el espíritu de odio y resistencia. Cuando los mensajeros que Dios envía para amonestar tocan la conciencia, Satanás induce a los hombres a que se justifiquen y a que busquen la simpatía de otros en su camino de pecado. En lugar de enmendar sus errores, despiertan la indignación contra el que los reprende, como si éste fuera la única causa de la dificultad. Desde los días del justo Abel hasta los nuestros, tal ha sido el espíritu que se ha manifestado contra quienes osaron condenar el pecado.—El Conflicto de los Siglos, 554 (1888). 2MCP89 544.3
La envidia es causa de odio—Aunque Saúl estaba siempre alerta y en busca de una oportunidad para matar a David, vivía temiéndole, en vista de que evidentemente el Señor estaba con él. El carácter intachable de David provocaba la ira del rey; consideraba que la misma vida y presencia de David significaban un reproche para él, puesto que dejaba a su propio carácter en contraste desventajoso. La envidia hacía a Saúl desgraciado, y ponía en peligro al humilde súbdito de su trono. 2MCP89 545.1
¡Cuánto daño indecible ha producido en nuestro mundo este mal rasgo de carácter! Había en el corazón de Saúl la misma enemistad que incitó el corazón de Caín contra su hermano Abel, porque las obras de Abel eran justas, y Dios lo honraba, mientras que las de Caín eran malas, y el Señor no podía bendecirlo. La envidia es hija del orgullo, y si se la abriga en el corazón, conducirá al odio, y eventualmente a la venganza y al homicidio. Satanás ponía de manifiesto su propio carácter al excitar la furia de Saúl contra aquel que jamás le había hecho daño.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 705, 706 (1890). 2MCP89 545.2
Una emoción pecaminosa—La ley de Dios toma en cuenta los celos, la envidia, el odio, la malignidad, la venganza, la concupiscencia y la ambición que agitan el alma, pero no han hallado expresión en acciones externas porque ha faltado la oportunidad aunque no la voluntad. Y se demandará cuenta de esas emociones pecaminosas en el día cuando “Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala”. Eclesiastés 12:14.—Mensajes Selectos 1:254, 255 (1886). 2MCP89 545.3
El crimen nace en el corazón—Jesús consideró los Mandamientos por separado, y explicó la profundidad y anchura de sus requerimientos. En vez de quitarles una jota de su fuerza, demostró cuán abarcantes son sus principios y desenmascaró el error fatal de los judíos en su demostración exterior de obediencia. Declaró que por el mal pensamiento o la mirada concupiscente se quebranta la Ley de Dios. El que toma parte en la menor injusticia está violando la ley y degradando su propia naturaleza moral. El homicidio existe primero en la mente. El que concede al odio un lugar en su corazón, está poniendo los pies en la senda del homicida, y sus ofrendas son aborrecibles para Dios.—El Deseado de Todas las Gentes, 276 (1898). 2MCP89 545.4
Una violación al sexto mandamiento—Todo acto de injusticia que contribuya a abreviar la vida, al espíritu de odio y de venganza, o a abrigar cualquier pasión que se traduzca en hechos perjudiciales para nuestros semejantes o que nos lleve siquiera a desearles mal, pues “cualquiera que aborrece a su hermano es homicida”... es, en mayor o menor grado, una violación al sexto mandamiento.—Historia de los Patriarcas y Profetas, 316, 317 (1890). 2MCP89 546.1
Satanás comunica su propio odio—Cuando se permite que Satanás amolde la voluntad, él la usa para llevar a cabo sus fines. Fomenta teorías de incredulidad e incita al corazón humano a guerrear contra la Palabra de Dios. Con esfuerzos persistentes, perseverantes, trata de inspirar a los hombres con sus propias energías de odio y antagonismo contra Dios, y de ponerlos en orden de batalla contra las instituciones y los requerimientos del cielo y las operaciones del Espíritu Santo. Alista bajo su estandarte a todos los agentes del mal, y los lleva al campo de batalla bajo su mando, para oponer al bien el mal.—Mensajes para los Jóvenes, 52 (1903). 2MCP89 546.2
El mundo aborreció a Cristo porque era diferente—La diferencia entre el carácter de Cristo y el de los otros hombres de su época era perfectamente perceptible, y por causa de esa diferencia el mundo lo aborreció. Lo odiaba por su bondad y su estricta integridad. Y Cristo declaró que los que manifestaran esos mismos atributos, también serían odiados. A medida que nos acerquemos al fin del tiempo, este odio por los seguidores de Cristo será cada vez más evidente. 2MCP89 546.3
Jesús tomó la naturaleza humana y soportó el odio del mundo para demostrar a los hombres y las mujeres que pueden vivir sin pecado, para que sus palabras, sus actos y su actitud pudieran ser santificados por Dios. Podemos ser perfectos cristianos si manifestamos este poder en nuestras vidas. Cuando la luz del cielo repose sobre nosotros continuamente, representaremos a Cristo. La luz de la justicia revelada en su vida, distinguió a Jesús del mundo, y suscitó su odio.—Manuscrito 97, 1909. 2MCP89 547.1
El odio proviene del deseo de venganza—Satanás disputó todos los asertos del Hijo de Dios, y empleó a los hombres como agentes suyos para llenar la vida del Salvador de sufrimientos y penas. Los sofismas y las mentiras por medio de los cuales procuró obstaculizar la obra de Jesús, el odio manifestado por los hijos de rebelión, sus acusaciones crueles contra Aquel cuya vida se rigió por una bondad sin precedente, todo ello provenía de un sentimiento de venganza profundamente arraigado. Los fuegos concentrados de la envidia y la malicia, del odio y la venganza, estallaron en el Calvario contra el Hijo de Dios, mientras el cielo miraba con silencioso horror.—El Conflicto de los Siglos, 555, 556 (1888). 2MCP89 547.2
El odio hacia los padres (palabras dirigidas a una joven)—Ud. tiene una obra especial que hacer, que consiste en confesar con humildad su conducta irrespetuosa hacia sus padres. No hay razón para que se manifiesten en usted esos sentimientos antinaturales hacia ellos. Es una actitud totalmente satánica, y Ud. se ha entregado a ella porque su madre no ha sancionado su conducta. Sus sentimientos no se limitan a una evidente antipatía, a una decidida falta de respeto, sino que han llegado al odio, la malicia, la envidia y los celos, manifiestos en sus actos, que les han producido sufrimientos y privaciones. Ud. no tiene la intención de brindarles felicidad, ni siquiera comodidad. Sus sentimientos son inmutables. A veces su corazón se suaviza, pero cuando ve alguna falta en ellos, se cierra firmemente, y los ángeles no pueden introducir en él ningún sentimiento de amor. 2MCP89 547.3
Un demonio malvado la domina, y Ud. odia y es odiosa. Dios ha tomado nota de sus palabras irrespetuosas, sus actos desconsiderados hacia sus padres, a quienes él le ha mandado que honre; y si Ud. deja de ver este gran pecado y no se arrepiente, cada vez se sumirá en mayor oscuridad, hasta quedar abandonada a sus malos caminos.—Testimonies for the Church 2:82, 83 (1868). 2MCP89 548.1
Satanás se deleita en controlar la mente de los niños—Qué pena da ver a los hijos de padres temerosos de Dios, indomables y desobedientes, desagradecidos y voluntariosos, decididos a salirse siempre con la suya, indiferentes a las molestias o a la pena que causan a sus padres. Satanás se deleita en manejar el corazón de los niños, y si se le permite les inculcará su propio odioso espíritu.—Mensajes para los Jóvenes, 331 (1893). 2MCP89 548.2
El odio conduce a la condenación—Nadie puede odiar a su hermano, si siquiera a su enemigo, sin quedar bajo condenación.—The Youth’s Instructor, 13 de enero de 1898. 2MCP89 548.3
La venganza no produce satisfacción—Recuerden que un discurso vengantivo nunca le hace sentir a nadie que haya ganado una victoria. Que Cristo hable por medio de ustedes. No pierdan la bendición que se recibe cuando no se piensa el mal.—Testimonies for the Church 7:243 (1902). 2MCP89 548.4
Anublan la percepción—El orgullo, el amor propio, el egoísmo, el odio, la envidia y los celos, anublaron su percepción; y la verdad, que lo habría hecho sabio para la salvación, ha perdido el poder de atraer y controlar su mente.—Testimonies for the Church 2:605, 606 (1871). 2MCP89 548.5
El aceite del amor elimina la amargura—No permitáis que el resentimiento madure en malicia. No dejéis que la herida se infecte y reviente en palabras envenenadas que manchen la mente de quienes las oigan. No permitáis que los pensamientos amargos continúen embargando vuestro ánimo... Id a vuestro hermano, y con humildad y sinceridad habladle del asunto. 2MCP89 548.6
Todo el cielo está interesado en la entrevista entre aquel que ha sido perjudicado y el que está en el error... El aceite del amor elimina la irritación causada por el mal. El Espíritu de Dios liga un corazón al otro; y en el cielo hay música por la unión realizada.—Joyas de los Testimonios 3:201 (1902). 2MCP89 549.1
El corazón que paga el odio con amor—No es la posición mundanal, ni el nacimiento, ni la nacionalidad, ni los privilegios religiosos lo que prueba que somos miembros de la familia de Dios; es el amor, un amor que abarca a toda la humanidad. Aun los pecadores cuyos corazones no están herméticamente cerrados al Espíritu de Dios responden a la bondad. Así como pueden responder al odio con el odio, también corresponderán al amor con el amor. Solamente el Espíritu de Dios devuelve el amor por el odio. El ser bondadoso con los ingratos y los malos, el hacer lo bueno sin esperar recompensa, es la insignia de la realeza del cielo, la señal segura mediante la cual los hijos del Altísimo revelan su elevada vocación.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 65, 66 (1896). 2MCP89 549.2