Cuando Dios estaba por mandar a Isaías con un mensaje para su pueblo, primero dió al profeta una visión que le permitió penetrar con la mirada en el lugar santísimo del santuario. De repente parecieron levantarse o apartarse la puerta y el velo interior del templo, y él pudo mirar adentro, al lugar santísimo, donde ni siquiera los pies del profeta podían entrar. Se presentó delante de él una visión de Jehová sentado en un trono elevado, mientras que el séquito de su gloria llenaba el templo. En derredor del trono había serafines, como guardas alrededor del gran Rey, que reflejaban la gloria que los rodeaba. Al repercutir sus cantos de alabanza en profundas notas de adoración, temblaban las columnas de la puerta, como si las agitase un terremoto. Con labios no mancillados por el pecado, estos ángeles expresaban las alabanzas de Dios. “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos—clamaban:—toda la tierra está llena de su gloria.”3Véase Isaías 6:1-8. OE 21.1
Los serafines que rodean el trono están tan embargados de reverente temor al contemplar la gloria de Dios, que ni por un instante se miran a sí mismos con admiración. Sus loores son para Jehová de los ejércitos. Al penetrar su mirada en el futuro, cuando toda la tierra estará llena de su gloria, el canto triunfal repercute del uno al otro en melodiosos acentos: “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos.” Están plenamente satisfechos con glorificar a Dios; morando en su presencia, bajo su sonrisa de aprobación, no desean otra cosa. Con llevar su imagen, hacer su mandato, adorarle, se cumple su ambición más elevada. OE 21.2
Mientras el profeta escuchaba, la gloria, el poder y la majestad del Señor se revelaron a su visión; y a la luz de esta revelación su propia contaminación interior apareció con pasmosa claridad. Sus palabras mismas le parecían viles. En profunda humillación, clamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; que siendo hombre inmundo de labios, ... han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” OE 22.1
La humillación de Isaías era sincera. Al serle presentado claramente el contraste entre la humanidad y el carácter divino, se sentía completamente ineficiente e indigno. ¿Cómo podría declarar al pueblo los santos requisitos de Jehová? OE 22.2
“Y voló hacia mí uno de los serafines,—escribe,—teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas: y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.” OE 22.3
Entonces Isaías oyó la voz del Señor, que decía: “¿A quién enviaré, y quién nos irá?” y fortalecido por el recuerdo del toque divino, contestó: “Heme aquí, envíame a mí.” OE 22.4
Al mirar los ministros de Dios por la fe dentro del lugar santísimo, y ver la obra de nuestro Sumo Pontífice en el santuario celestial, se dan cuenta de que son hombres de labios inmundos, hombres cuyas lenguas a menudo han hablado vanidades. Bien pueden desesperar al poner en contraste su indignidad con la perfección de Cristo. Con corazón contrito, sintiéndose enteramente indignos e ineptos para su grande obra, claman: “Soy muerto.” Pero si, como Isaías, humillan su corazón delante de Dios, la obra hecha para el profeta será hecha también para ellos. Sus labios serán tocados por un carbón encendido del altar, y ellos perderán de vista su yo al sentir la grandeza y el poder de Dios y su disposición a ayudarlos. Comprenderán el carácter sagrado de la obra a ellos confiada, y se verán inducidos a aborrecer cuanto les haría deshonrar a Aquel que los envió a proclamar su mensaje. OE 22.5
El carbón encendido simboliza la purificación, y representa también la potencia de los esfuerzos de los verdaderos siervos de Dios. A aquellos que hacen una consagración tan completa que el Señor pueda tocar sus labios, se dirige la palabra: Id al campo de la mies. Yo cooperaré con vosotros. OE 23.1
El ministro que haya recibido esta preparación será una potencia para bien en el mundo. Sus palabras serán palabras rectas, veraces y puras, llenas de simpatía y amor; sus acciones serán acciones justas, de ayuda y bendición para los débiles. Cristo estará presente en él, rigiendo sus pensamientos, palabras y hechos. El se ha comprometido a vencer el orgullo, la codicia, el egoísmo. Al tratar de cumplir con su promesa, obtiene fuerza espiritual. Por la comunión diaria con Dios, se vuelve poderoso en el conocimiento de las Escrituras. Está en comunión con el Padre y el Hijo; y al obedecer constantemente a la voluntad divina, llega a hallarse diariamente mejor capacitado para decir las palabras que guiarán las almas errantes al aprisco de Cristo. OE 23.2