El ministro ocupa el puesto de portavoz de Dios a la gente, y en pensamiento, palabras y actos, debe representar a su Señor. Cuando Moisés fué elegido como mensajero del pacto, le fué dicho: “Está tú por el pueblo delante de Dios.”1Éxodo 18:19. Hoy día Dios elige hombres como eligió a Moisés, para que sean sus mensajeros, y duro es el ay que recae sobre el que deshonra su santa vocación, o rebaja la norma fijada para él en la vida y labores del Hijo de Dios en la tierra. OE 20.1
El castigo que cayó sobre Nadab y Abiú, hijos de Aarón, demuestra cómo considera Dios a aquellos ministros que hacen aquello que deshonra su cargo sagrado. Estos hombres habían sido consagrados al sacerdocio, pero no habían aprendido a dominarse. Costumbres de complacencia en el pecado, largo tiempo alimentadas, habían llegado a dominarlos con un poder que ni siquiera la responsabilidad de su cargo podía quebrantar. OE 20.2
En la hora de culto, mientras que las oraciones y alabanzas del pueblo ascendían a Dios, Nadab y Abiú, parcialmente embriagados, tomaron cada uno su incensario, y en él quemaron fragante incienso. Pero violaron la orden de Dios al emplear “fuego extraño,” en vez del fuego sagrado que Dios mismo había encendido, y que él había ordenado se empleara para este fin. Por causa de este pecado, salió un fuego de Jehová, y los devoró a la vista del pueblo. “Entonces dijo Moisés a Aarón: Esto es lo que habló Jehová, diciendo: En mis allegados me santificaré, y en presencia de todo el pueblo seré glorificado.”2Véase Levítico 10:1-7. OE 20.3