“Requiero yo pues—escribió Pablo a Timoteo,—delante de Dios, y del Señor Jesucristo, que ha de juzgar a los vivos y los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.”12 Timoteo 4:1, 2. OE 30.1
Esta solemne recomendación a un hombre tan celoso y fiel como Timoteo, es un fuerte testimonio de la importancia y responsabilidad de la obra del ministro del Evangelio. Emplazando a Timoteo ante el tribunal de Dios, Pablo le pide que predique la palabra, no los dichos y costumbres de los hombres; que esté listo para testificar por Dios cuandoquiera que se le presente la oportunidad,—ante grandes congregaciones y círculos privados, al lado del camino o del hogar, a amigos y enemigos, en seguridad o expuesto a penuria y peligros, oprobio y pérdida. OE 30.2
Temiendo que la disposición mansa y acomodaticia de Timoteo lo indujese a rehuir una parte esencial de su obra, Pablo lo exhortó a ser fiel en reprender el pecado, hasta en reprender vivamente a los que fuesen culpables de graves males. Sin embargo, había de hacerlo “con toda paciencia y doctrina.” Había de revelar la paciencia y el amor de Cristo, explicando y reforzando sus reprensiones por las verdades de la Palabra. OE 30.3
Odiar y reprender el pecado, y al mismo tiempo demostrar compasión y ternura por el pecador, es una tarea difícil. Cuanto más fervientes sean nuestros esfuerzos para alcanzar la santidad del corazón y la vida, tanto más aguda será nuestra percepción del pecado, y más decididamente lo desaprobaremos. Debemos ponernos en guardia contra la indebida severidad hacia el que hace mal; pero también debemos cuidar de no perder de vista el carácter excesivamente pecaminoso del pecado. Hay que manifestar la paciencia que mostró Cristo hacia el que yerra, pero también existe el peligro de manifestar tanta tolerancia para con su error que él no se considere merecedor de la reprensión, y rechace a ésta por inoportuna e injusta. OE 30.4