Los ministros de Dios deben entrar en íntima comunión con Cristo, y seguir su ejemplo en todas las cosas—en la pureza de la vida, en la abnegación, en la benevolencia, en la diligencia, en la perseverancia. El ganar almas para el reino de Dios debe ser su primera consideración. Con pesar por el pecado y con amor paciente, deben trabajar como trabajó Cristo, en un esfuerzo resuelto e incesante. OE 31.1
Juan Welch, conocido ministro del Evangelio, sentía tanta preocupación por las almas que a menudo se levantaba de noche para elevar a Dios sus súplicas por la salvación de ellas. En cierta ocasión su esposa le aconsejó que considerase su salud y no se expusiese así. Su respuesta fué: “¡Oh, mujer, debo dar cuenta de tres mil almas, y no sé cómo están!” OE 31.2
En cierto pueblo de la Nueva Inglaterra se estaba cavando un pozo. Cuando el trabajo estaba casi terminado, la tierra se desmoronó y sepultó a un hombre que quedaba todavía en el fondo. Inmediatamente cundió la alarma, y mecánicos, agricultores, comerciantes, abogados, todos acudieron jadeantes a rescatarlo. Manos voluntarias y ávidas por ayudar trajeron sogas, escaleras, azadas y palas. “¡Salvadlo, oh, salvadlo!” era el clamor general. OE 31.3
Los hombres trabajaron con energía desesperada, hasta que sus frentes estuvieron bañadas en sudor y sus brazos temblaban por el esfuerzo. Al fin se pudo hacer penetrar un caño, por el cual gritaron al hombre que contestara si vivía todavía. Llegó la respuesta. “Vivo, pero apresuraos. Es algo terrible estar aquí.” Con un clamor de alegría, renovaron sus esfuerzos, y por fin llegaron hasta él. La algazara que se elevó entonces parecía llegar hasta los mismos cielos. “¡Salvado! ¡Salvado!” era el clamor que repercutía por toda calle del pueblo. OE 32.1
¿Era demostrar demasiado celo e interés, demasido entusiasmo, para salvar a un hombre? Por supuesto que no; pero ¿qué es la pérdida de la vida temporal en comparación con la pérdida de un alma? Si el peligro de que se pierda una vida despierta en los corazones humanos tan intenso sentimiento, ¿no debiera la pérdida de un alma despertar una solicitud aún más profunda en los hombres que aseveran percatarse del peligro que corren los que están separados de Cristo? ¿No mostrarán los siervos de Dios en cuanto a trabajar por la salvación de las almas un celo tan grande como el que se manifestó por la vida de aquel hombre sepultado en un pozo? OE 32.2