“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Romanos 8:32. 7TPI 31.1
Cuando este don maravilloso e inapreciable fue concedido al mundo, todo el universo celestial se conmovió poderosamente en un esfuerzo por comprender el insondable amor de Dios, preocupado por despertar en los corazones humanos una gratitud proporcional al valor de dicho don. ¿Continuaremos indecisos entre dos opiniones, nosotros por quienes Cristo dio su vida? ¿Le devolveremos a Dios sólo un mínimo de las capacidades y las fuerzas que él nos ha prestado? ¿Cómo podemos hacerlo sabiendo que el Comandante de todo el cielo, comprendiendo la miseria de la raza caída, se despojó de su manto y corona reales y habiendo tomado sobre sí la naturaleza humana, vino a esta tierra para que la unión de nuestra humanidad con su divinidad fuera posible? Se hizo pobre para que nosotros pudiéramos poseer el tesoro celestial, “un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. 2 Corintios 4:17. Pasó de una humillación a otra con el fin de rescatarnos, hasta que él, el Divino-humano, el Cristo sufriente, fue levantado en la cruz para atraer a todos los hombres a sí mismo. El Hijo de Dios no pudo mostrar una condescendencia mayor que la que mostró; no pudo haberse rebajado más. 7TPI 31.2
Este es el misterio de la piedad, el misterio que ha inspirado a los agentes celestiales a ministrar de tal manera a la humanidad caída que en el mundo se despertará un interés intenso por el plan de salvación. Este es el misterio que ha inducido a todo el cielo a unirse con el hombre en la realización del gran plan de Dios para la salvación de un mundo arruinado. 7TPI 31.3