La tarea de extender los triunfos de la cruz de un punto a otro se les ha encomendado a los agentes humanos. Como cabeza de la iglesia, Cristo demanda que cada persona que dice creer en él se niegue a sí misma y siga su ejemplo de autosacrificio en sus esfuerzos en favor de la conversión de todos aquellos a quienes Satanás y su inmenso ejército quieren destruir a cualquier costo. Se llama al pueblo de Dios para que se reúna sin demora bajo el estandarte ensangrentado de Cristo Jesús. Deben continuar sin tregua la lucha contra el enemigo, llevando la batalla hasta sus mismas puertas. Se le debe asignar su puesto del deber a cada persona que se agrega a las filas mediante la conversión. En esta lucha cada uno debe estar dispuesto a ser o a realizar lo que se le pida. Cuando los feligreses se esfuercen con denuedo para hacer avanzar el mensaje, sus vidas experimentarán el gozo del Señor y verán sus esfuerzos coronados de éxito. El triunfo sigue invariablemente al esfuerzo decidido. 7TPI 31.4