Por amor a nosotros se hizo pobre, para que nosotros con su pobreza fuéramos enriquecidos. ¿Qué clases de riquezas? No eran las riquezas de este mundo, sino que eran las riquezas eternas, el conocimiento de Dios expresado a través de Jesucristo. El aceptó ser el sustituto y garante de todos nosotros; se comprometió a llevar el castigo de nuestra transgresión. Èl nos amó, y nos amó tanto que ofreció su vida como sacrificio vivo para llevar los pecados de un mundo culpable, para que el ser humano tuviera una segunda oportunidad, a fin de que fuéramos examinados, probados y sometidos a juicio, para ver si habríamos de permanecer bajo el estandarte ensangrentado del Príncipe Emanuel, o si escogeremos seguir bajo el estandarte del príncipe de las tinieblas. SE1 222.1
¿Acaso él no está interesado en la posesión que adquirió? ¿No está intensamente interesado en que la gente por la cual sufrió tanto, obtenga el éxito en las batallas y conflictos de esta vida, para que obtengan esa herencia inmortal por la cual él ha dado su vida para redimir a la familia humana? ¿No tiene entonces derecho de dar advertencias e instrucciones? ¿Qué relevancia tendrán las palabras del Hijo del Dios infinito en la familia humana? Todo lo que él ha dicho es para nuestro bienestar presente y eterno. SE1 222.2
«No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho destruyen, y donde ladrones entran y hurtan». Ustedes están trabajando para ustedes mismos, cooperando con Dios, quien ha trazado el plan mediante el cual podrán obrar exitosamente mediante su gracia, para beneficio de ustedes mismos, para asegurarles el gozo eterno en el reino de gloria. «Haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho destruyen, y donde ladrones no entran ni hurtan, porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. SE1 222.3