Alguien podría decir: «Oh, tengo que ocuparme de mi granja; tengo que atender los intereses de mi familia. No puedo darme el lujo de estar aquí, aportando mi tiempo y mi dinero con el fin de ganar almas para Jesucristo». Bien, eso demostraría que ustedes no valoran el Don celestial. Que no aprecian ni valoran las familias que Cristo ha estimado de tanto valor al punto de venir a nuestro mundo a sufrir y convertirse un varón de dolores experimentado en sufrimientos. Fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados. SE1 224.1
¡Tan solo reflexionen en esto! Nadie podía soportar el impacto de la justicia de Dios, sino su único Hijo amado. Vino en la imagen misma de su Padre, siendo uno con Dios. No estimó ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse. El plan ya había sido diseñado. Ustedes no tienen que empeñar sus mentes y sus cuerpos para adquirir las cosas de esta vida, sin invertir en los tesoros del cielo. Èl quiere todo lo que es del hombre. Desea todo el corazón. SE1 224.2
El intérprete de la ley le preguntó a Cristo: «¿Qué haré para heredar la vida eterna?”, mencionando la misma herencia que se le había prometido. Allí estaban los fariseos ceñudos, allí estaban los maestros, allí estaban los sacerdotes y los encumbrados dirigentes de la sinagoga. Todos esperaban encontrar algo en la respuesta que pudieran usar para condenar a Cristo, el Redentor del mundo, el poderoso Sanador, el más grande Maestro que el mundo jamás ha conocido. Cristo leyó sus pensamientos e intenciones, y ¿qué hizo? Le devolvió al intérprete de la ley la responsabilidad de contestar la pregunta. Dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees? Aquel, respondiendo, dijo: “Amarás al Señor tu Dios”». ¿Con nueve décimas partes de tu corazón? ¿Con dos terceras partes? ¿Con la mitad? ¿Con una cuarta parte? «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente” (Luc. 10: 25-27). Esto abarca la mente, la razón, la educación, la capacidad y todo lo que hay en el ser humano. SE1 224.3
Pero tan pronto como algunos entran a la universidad y obtienen ciertos conocimientos, se creen que saben más que Dios, y ustedes oyen hablar a los grandes eruditos. ¿Y Quién es el Gran Erudito? Es el Señor Dios del universo, que ha desplegado la bóveda de los cielos sobre nosotros y ha creado las estrellas y las llamó por su nombre. Que creó una lumbrera menor, la luna, para que ilumine a nuestro mundo. Y aparecen los grandes eruditos. ¿Quiénes son? Pobres hombres finitos, puestos a prueba para determinar si serán leales y fieles a Dios y si estarán bajo el estandarte ensangrentado del Príncipe Emanuel; todo con el objetivo de que puedan llegar a ser hijos de Dios y herederos del cielo. Y hablando de eruditos, tenemos a Dios, tenemos su Palabra en toda su sencillez. SE1 224.4
Jesús pudo haber revelado muchos de los misterios de la ciencia y así complacer las mentes más inquisitivas, ¿pero acaso lo hizo? Tenía un solo objetivo, e igualmente debiéramos nosotros tenerlo al seguir su ejemplo: impartir el conocimiento del Mesías de Dios a la familia humana. Enseñarles cómo pueden salvar sus almas para que puedan alcanzar esa vida que se equipara con la vida de Dios. SE1 225.1